viernes, 20 de julio de 2012

LA SABANA SANTA DE TURIN FRENTE A LA BIBLIA



Mucho se ha hablado y escrito, en todos los tonos, sobre la Sábana Santa de Turín; si ella sirvió, o no, de mortaja al cuerpo de Cristo mientras éste yació en el sepulcro; pero no conocemos ni uno de esos escritos que se atenga únicamente a lo que dicen, sobre este tema, los Evangelios, que, después de todo, fueron escritos por autores que sabían mejor que nadie lo que allí pasó en relación con dicha Sábana, por haberlo visto, o por haber hablado personalmente con quienes fueron testigos oculares de la muerte, embalsamamiento y entierro de Jesús; quienes también vieron la mortaja del cuerpo de Jesús después de la resurrección de éste.

Entre tantas opiniones sobre la mencionada Sábana, hallamos una del papa Juan Pablo II, quien dice:

“Y también la Catedral de Turín, el lugar donde, desde hace siglos, se encuentra la Sábana Santa, la Reliquia más espléndida de la Pasión y de la Resurrección” (L´Osservatore Romano, 27-IV-1980).

¿Es cierto, según los Evangelios, que Jesús estaba envuelto en esa Sábana cuando resucitó? Sigamos esto siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos y fundándonos únicamente en los Evangelios; es decir, hagamos la reconstrucción de los hechos relativos al entierro y la resurrección de Jesús. Primero veremos lo que dicen los Sinópticos, y después consideraremos lo que reseña el Evangelio según Juan.
Desde la cruz al sepulcro

Sobre esta etapa, los Sinópticos dicen:
Mateo 27:59-60: “Y tomó José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue”.
Marcos 15:46: “José...compró una sábana, y quitándolo (de la cruz), lo envolvió en la sábana, y lo puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña, e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro”.
Lucas 23:53: José de Arimatea, “...quitándolo, lo envolvió en una sábana, y lo puso en un sepulcro abierto en una peña, en el cual aún no se había puesto nadie”.

Solamente Lucas, entre estos tres evangelistas, dice lo que vio el apóstol Pedro en el sepulcro después de resucitar Jesús (Lucas 24:12); se trataría de unos “lienzos”.

Como Lucas no explica nada sobre esos “lienzos”, no podemos saber, por su relato, a qué lienzos se refiere. Por consiguiente, el relato de los tres Sinópticos deja muy claro que José de Arimatea quitó el cuerpo de Jesús de la cruz, lo envolvió en una sábana, lo dejó en el sepulcro (con la sábana, pues no se dice que se la llevara), cerró el sepulcro y se fue. Según todas estas afirmaciones, el cuerpo de Jesús quedó envuelto en dicha sábana dentro del sepulcro (sin ninguna clase de embalsamamiento), y el entierro fue realizado sólo por José de Arimatea.

Lógicamente, cuando se produjo la resurrección, de acuerdo con estos tres relatos del entierro de Jesús, éste tuvo que salir de esta sábana que lo envolvía. En este caso, la Sábana de Turín bien podría ser aquella que José de Arimatea dejó en el sepulcro envolviendo el cuerpo de Jesús, siempre según el relato de los tres Sinópticos relativo al entierro de Jesús; pero veamos lo que dice el apóstol Juan.
El embalsamamiento del cuerpo de Jesús

Juan, a la hora de escribir su evangelio después de los otros tres evangelistas, se encuentra con la leyenda que corría entre los judíos sobre el robo del cuerpo de Jesús, inventada por los dirigentes judíos y propagada por los soldados romanos tras haber sido sobornados (Mateo 28:2-15).

Ante esa mentira propagada sobre el robo del cuerpo de Jesús, por una parte, y el relato incompleto de los Sinópticos sobre el entierro de Cristo, por otra parte, Juan va a reaccionar contando minuciosamente todos los detalles de cómo era la mortaja del cuerpo de Jesús, antes y después de la resurrección.

Ahora, Juan va a poner todo su empeño y sus conocimientos de testigo ocular de los hechos (pues no hay que olvidar que él es el único de los evangelistas, según el relato del mismo Juan, que estuvo al pie de la cruz de Jesús, y que vio la mortaja de éste después de la resurrección), para mostrar que fue imposible el hurto del cuerpo de Jesús.

Juan empieza por explicar que los soldados romanos se repartieron la ropa de Jesús (Juan 19:23-24). Por tanto José de Arimatea sólo dejó dos cosas en el sepulcro: La sábana y el cuerpo de Jesús.

Después de hablar de la muerte de Jesús, Juan se une al relato de los Sinópticos sobre el entierro de éste, para completar ese relato explicando cómo fue el embalsamamiento y la mortaja puesta al cuerpo del crucificado (Juan 19:38-42).

El relato de Juan dice que entre José de Arimatea y Nicodemo envolvieron en “lienzos con especies aromáticas” el cuerpo de Jesús, “según es costumbre sepultar entre los judíos”.

Por tanto, según Juan, para la mortaja del cuerpo de Jesús se usaron “lienzos” (en plural). Esta palabra, en griego, es “ozoníois” (en dativo plural), y significa “pedazos de lienzo” (Miguel Balagué: Diccionario Griego-Español).

Llegados aquí, aparece una pregunta: ¿De dónde sacaron los pedazos de lienzo para envolver el cuerpo de Jesús?; pues ya hemos visto que sólo llevó, al sepulcro, una sábana (que, en acusativo singular griego, es “sidóna”); pero, ningún evangelio dice que alguien llevara esos pedazos de lienzo.
Lo que había en el sepulcro después de la resurrección


He aquí la explicación:

“Salieron Pedro y otro discípulo, y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó” (Juan 20:3-8).

Vemos que, al hablar Juan de lo que había en el sepulcro después de resucitar Jesús, dice que, en el sepulcro, estaban los “lienzos”, que es la misma palabra (en plural “neutro”), que ya hemos explicado que significa “pedazos de lienzo”. Juan agrega que también está allí “el sudario que había estado sobre la cabeza de Jesús”. El sudario (en griego “suadrion”, es una palabra neutra en singular) se ponía “sobre la cabeza” del difunto; pero enrollado alrededor de ésta, cubriendo el rostro; se trata de una pieza de pequeño tamaño; pues esta palabra se usaba también para referirse a un “pañuelo”, como se comprueba en Lucas 19:20.

Por tanto, Juan dice que había, en el sepulcro: Los pedazos de lienzo y el sudario; pero no dice que, además, también estuvieron allí la sábana; tampoco dice que alguien se llevara la sábana. Por otra parte, tampoco se puede decir que la palabra “sidona” (sábana) sea el equivalente a la palabra “ozoníois” (pedazos de lienzo) más el “sudario”.
La imposibilidad del robo del cuerpo de Jesús

Juan no se limita a decir que estaban, en el sepulcro, los pedazos de lienzo (en realidad tiras de lienzo usadas como vendas) y el sudario, sino que, además, dice cómo estaban colocados, tanto los unos como el otro. Explica que los “lienzos” estaban “puestos allí”; la palabra puestos es, en griego ”keimena”, y significa “yacentes”, “aplanados”, etc. Esto indica que, al ser envuelto el cuerpo de Jesús (cada miembro y el tronco) con las tiras de lienzo y las especies aromáticas (de carácter resinoso), estas tiras se habían pegado una con otra, y todas sobre el cuerpo de Jesús, formando una especie de caparazón (como una segunda piel pegada sobre la primera).

Cuando Jesús resucitó, salió de ese “caparazón” (como después entró donde estaban los apóstoles con la puerta cerrada) sin deshacerlo, dejándolo hueco; así, las tiras de lienzo quedaron “yacentes” o “aplastadas” en el mismo sitio donde habían sido “puestas” envolviendo el cuerpo de Jesús. El sudario no estaba “puesto” (keímenon: “Yacente” o “aplastado”) junto con las tiras de lienzo, “sino enrollado en un lugar aparte”; es decir, cuando dejaron el cadáver de Jesús depositado sobre el poyo que corría a lo largo de una pared del sepulcro, la cabeza con el sudario enrollado estaba apoyada sobre un punto (un lugar) y el cuerpo estaba apoyado en otro lugar; o sea, la cabeza y el cuerpo estaban apoyados en dos puntos (o lugares) diferentes, aunque entre ambos sólo hubiera una mínima distancia; eso es, cada parte de la mortaja estaba en el lugar donde había sido colocada en el cuerpo; pero “aplanada” porque, al faltar el cuerpo que estaba dentro, y quedarse vacía, se había hundido la parte alta. Es decir, cada parte de la mortaja estaba en su lugar y guardaba su compostura; pero el cuerpo de Jesús no estaba dentro de ella; había desaparecido. Esto demostraba que el robo del cuerpo de Jesús era imposible; porque sólo podían haber sucedido dos cosas:
Que alguien hubiera llevado el cuerpo con la mortaja pegada a él; pero no había pasado, pues la mortaja estaba allí.
Que alguien se hubiese llevado el cuerpo sin la mortaja; pero, en este caso, tenían que haber desenrollado las tiras de lienzo, que envolvían el tronco y los miembros, con lo cual habría deshecho el caparazón formado por estas tiras pegadas unas a otras; pero esto tampoco había sucedido, porque la mortaja estaba intacta.
Sólo había una explicación: Jesús había desaparecido de dentro de su mortaja por medio de su resurrección. Por esto cuando Juan entró en el sepulcro, “vio y creyó” (Juan 20:8); porque Jesús había dejado, en su mortaja, una prueba irrefutable de su resurrección; y este testimonio de Juan tenía (y tiene) un valor apologético a favor de la resurrección de Jesús, y en contra de la fábula del robo del cuerpo.

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