miércoles, 16 de enero de 2013

LA SABANA SANTA DE TURIN.



La imagen fantasmal del sudario de Turín ha sido un enigma durante siglos. Investigaciones recientes han revelado algunos de sus sorprendentes secretos, pero el misterio sigue.

Cuando la Academia de Ciencias rechazó los hallazgos del doctor Yves Delage -quien estaba convencido de que la sábana de Turín era el auténtico sudario de Cristo-, el tema quedó en suspenso durante 30 años. En 1932, otro francés, esta vez un patólogo forense llamado Pierre Barbet, comenzó a estudiar la imagen desde el punto de vista médico, aprovechando un conjunto de fotografías mucho más claras que habían sido tomadas el año anterior.

El primer punto que intrigó al doctor Barbet fue la posición de las heridas causadas por los clavos en las muñecas y no en las palmas de las manos, como se representaba tradicionalmente. Experimentando con cadáveres, descubrió que la carne de las manos no puede soportar el peso de un cuerpo muerto, y menos el de un cuerpo vivo que se contorsiona; la carne se desgarra rápidamente. Como desde el siglo IV de nuestra era no se habían practicado crucifixiones, era lógico que los pintores tradicionales ignorasen el procedimiento; ¿cómo podía, entonces, haberlo sabido un falsificador medieval? Barbet descubrió que la única forma de crucificar un cuerpo era atravesando el radio con los clavos a la altura de la muñeca, como sucedía en el sudario. Además, un clavo colocado así dañaría el nervio mediano, provocando la retracción involuntaria de los pulgares hacia la palma de la mano: otro hecho evidente y poco conocido que aparece en el sudario.

Las «manchas de sangre» que hay alrededor de la herida del costado muestran también rastros de un líquido claro, lo que coincide con la descripción bíblica de la «sangre y el agua» que brotaron del flanco de Cristo. Pero la muerte por crucifixión sobreviene no por la pérdida de sangre, sino a causa de la asfixia y el shock. Debido a la posición estirada del cuerpo, los pulmones quedan comprimidos; la víctima se levanta apoyándose en los clavos que sujetan sus pies y sus muñecas y consigue respirar, aunque a costa de un dolor intensísimo. Cada movimiento va debilitando progresivamente a la víctima, hasta que, finalmente, no puede incorporarse y se ahoga. La sofocación provoca el depósito de mucosidad en la base de los pulmones, y Barbet pudo demostrar que una herida de lanza en el costado de un cuerpo humano atravesaría el extremo del pulmón izquierdo, dejando salir dicho líquido.

El informe del doctor Barbet provocó un renovado interés de los hombres de ciencia por la naturaleza del sudario, y prestigiosos «sindonólogos» -término derivado de la palabra griega que significa sudario- solicitaron un examen científico exhaustivo. Pero hubo que esperar hasta los años 70 para que el ex rey Humberto cediera ante las presiones. Fechar adecuadamente el sudario era una de las tareas prioritarias, pero la forma obvia de hacerlo, usando el proceso del carbono 14, hubiera provocado la destrucción de una parte del sudario, y Humberto se resistió. Sin embargo, en 1973 se invitó a dos reputados científicos europeos para que usaran métodos más ortodoxos. El profesor Max Frei, destacado forense suizo, y el profesor Gilbert Raes, experto en tejidos de la Universidad de Gante (Bélgica), tuvieron acceso al lienzo. Primero informaron que «la imagen es completamente superficial, por cuanto sólo los filamentos superiores de la trama están afectados. No se observa pigmentación ni aun magnificando la imagen».

Frei recogió partículas de polvo para que fueran analizadas en un laboratorio, encontrando 48 tipos diferentes de polen. La identificación de granos de polen, que sobreviven casi indefinidamente aun en las condiciones menos favorables, es uno de los procesos más exactos de la moderna ciencia forense. Como era de esperar, la mayor parte de los granos provenían de Francia y el norte de Italia, pero siete tipos resultaron pertenecer a plantas halófilas (amantes de la sal) que suelen encontrase alrededor del Mar Muerto y en otras zonas de Palestina. Aunque el descubrimiento era ciertamente interesante, no constituía una prueba definitiva del origen del sudario, ya que el polen es trasladado a largas distancias por el viento y podía haber sido transmitido por las ropas de los viajeros, máxime si se tiene en cuenta que, durante los primeros tiempos, el sudario fue exhibido sin protección alguna.

Pero Gilbert Raes recogió una pequeña cantidad de hebras, y las pruebas que consiguió apoyan la tesis. El hilo utilizado en la confección del sudario procedía de una especie de algodón cultivada en Oriente Medio, y había sido tejido en un tipo de trama cruzada, método muy caro comparado con el de la trama lisa normal de Palestina. La hilatura había sido realizada a mano, y hay que tener en cuenta que en Europa se utilizó la rueca desde 1150, aproximadamente. Además, las hebras de hilo habían sido blanqueadas antes de la elaboración del tejido, procedimiento muy arcaico.
En 1974 se produjo el importante descubrimiento de que el sudario constituía un negativo fotográfico. Dos científicos de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, John Jackson y Eric Jumper, examinaron fotografías del sudario con un complejo instrumento: el analizador de imagen VP-8. Usando una computadora en conjunción con el VP-8, lograron construir en cartón laminado un modelo tridimensional del hombre del sudario. Esto convenció a un grupo de científicos de que merecía la pena estudiar a fondo el sudario y, en marzo de 1977, el Proyecto de Investigación del Sudario de Turín logró la autorización del ex rey Humberto para iniciar pruebas «no destructivas».


El 8 de octubre de 1978, después de ser expuesto al público, el sudario fue sacado de su contenedor y trasladado al Palacio Real de Turín, donde fue estudiado por 36 investigadores que habían llevado consigo 72 cajas de equipo ultramoderno. Entre ellos había físicos, bioquímicos, forenses, patólogos, especialistas en microfotografía y -algo incongruente- representantes de la Nuclear Technology Corporation de Estados Unidos.

Tres años después, los descubrimientos del equipo aún no han sido publicados íntegramente, pero, a pesar de la coincidencia de opiniones, el misterio del sudario sigue tan impenetrable como siempre. El único que discrepaba entre los 36 investigadores fue Walter C. McCrone, director de una empresa privada de análisis químicos de Chicago. Precisamente el doctor McCrone fue quien probó que la tinta del mapa «vikingo» de Vinland era de origen medieval, y su opinión sobre el sudario estaba en la misma línea, aunque admitió que no estuvo presente durante la reunión principal en el Palacio Real y trabajó con muestras.

En una serie de conferencias que dio en Gran Bretaña en 1980, el doctor McCrone dijo que sus pruebas microscópicas revelaron manchas de óxido de hierro, un pigmento tradicional. «Pero no puedo revelar cómo se las arregló el artista -dijo-. Creo, que el sudario es una falsificación, pero no puedo probarlo.» Pensaba que una prueba por el método del carbono 14 lo fecharía en el siglo XIV: « …. en esa época las falsificaciones estaban en boga. Creo que el resto del grupo no va a descubrir si el sudario es auténtico o no. Probablemente dirán que la figura es muy similar a una imagen quemada, pero que no pueden distinguirla de ella. Hasta dónde llegarán después, no lo sé» .

Uno de los principales investigadores químicos, Ray Rogers, del National Scientific Laboratory de Los Álamos, descubrió que la imagen consistía en una capa ligera de color amarillento que sólo afectaba a la superficie exterior de las fibras. El color no estaba «difuso, no había penetrado en la tela, no se había corrido hacia los lados ni depositado entre los hilos», como habría sucedido, si se hubiese pintado o frotado con pigmentos. En este punto el incendio de 1532 resultó útil: un calor suficiente para quemar la tela tendría que haber alterado el colorido de cualquier pigmento próximo, pero no sucedió así. El color era uniforme hasta el borde de las zonas chamuscadas. Además, con el agua que se usó para apagar las llamas, la pintura a la aguada o a la tinta se hubiese corrido, pero no fue así. En 1980, Rogers dijo: La mayor parte de nosotros cree que el sudario no ha sido pintado. Salvo una pequeña cantidad de óxido de hierro, no encontramos ningún pigmento. Y no creemos que líquidos ni vapores hayan producido la imagen que estamos viendo.

El especialista en espectroscopia Sam Pellicori, del Santa Bárbara Research Center, decidió examinar la teoría «vaporográfica» de Delage y Vignon, quienes afirmaron que la imagen había sido formada por una reacción química entre el sudor del cuerpo y especias. Pero, como explica Pellicori, en la imagen aparecen también la cara y otras partes del cuerpo que no debieron entrar en contacto con el lienzo.

El proceso de la formación de la imagen en el sudario es incomprensible. La mejor forma de describirlo es como la «ebullición» del material superficial de la parte exterior del tejido. Algunos detalles indican que eso pudo haber sido causado por un violento estallido de energía radiante. Las «manchas de sangre» que aparecen en la imagen fueron estudiadas. La primera y más importante conclusión fue que se habían depositado de forma normal; aparecían como «positivas» en el «negativo» del sudario, y cuando el forro, aplicado a la tela en el siglo XVI, fue descosido, se descubrió que había resultado manchado únicamente en la zona de la «sangre».
El doctor John Heller, del New England Institute, dijo que ninguna de las pruebas había demostrado que las antiguas manchas no eran de sangre, pero que algunas indicaban que podían serlo. Las manchas estaban rodeadas por otras secundarias microscópicas, muy parecidas a las que deja el suero de la sangre. Los rayos ultravioleta hicieron fluorescentes las manchas, y los rayos X revelaron el porcentaje exacto de hierro que correspondía a la sangre. Y lo que es más importante, Heller encontró cristales diminutos entre los hilos de la trama en las zonas manchadas de sangre, y consideró que era hemoglobina «alterada por el tiempo».

La forma y la dirección de las manchas eran «auténticas», como si se tratase de un cuerpo recién crucificado. Las manchas de las heridas de las muñecas, por ejemplo, discurrían por los antebrazos hasta el codo, tal como ocurriría en un cuerpo colgado de una cruz. Además, la sangre de la herida del costado se había corrido hasta depositarse en la espalda, por debajo de la cintura… otro detalle auténtico. Finalmente, toda la superficie del cuerpo estaba cubierta de cicatrices en pares paralelos, probablemente las marcas causadas por dos flageladores que manejaban flagrae romanos, azotes de dos correas con puntas de plomo o hueso.

Hasta ahora no se ha utilizado el método del carbono 14 para fechar el sudario, ya que este procedimiento hubiera requerido la destrucción de una parte del lienzo. Pero nuevos sistemas, que sólo precisan de trozos muy pequeños de tela y que pueden proporcionar una fecha con un margen de error de sólo 150 años, podrían ser utilizados. Únicamente falta la autorización del ex rey Humberto.

Quedan en pie dos grandes interrogantes acerca del santo sudario de Turín. Primero, si la imagen fue creada por «un violento estallido de energía radiante», ¿qué provocó este estallido?. Y segundo, la pregunta que hizo Yves Delage en 1902 a los miembros de la Academia de Ciencias: «Si no es el sudario de Cristo, ¿de quién es?»

Como ha comentado Kenneth Weaver, editor de la revista científica National Geographic y testigo de las investigaciones: «Eso, afirman tanto los científicos como los teólogos, está y estará siempre fuera del terreno de las pruebas».



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