martes, 21 de enero de 2014

INTRODUCCIÓN TEOLÓGICA SOBRE LA IRA DE DIOS.




DEL CIELO A LA TIERRA

HE ESCRITO EL 16 DE ENERO DE 2014:

INTRODUCCIÓN TEOLÓGICA SOBRE LA IRA DE DIOS

HEMOS DICHO Y ESCRITO QUE LA IRA DE DIOS ES UN INFINITO ACTO DE AMOR A FAVOR DE LOS JUSTOS, DE LOS DÉBILES Y DE LOS AMANTES DE LA VIDA MUERTOS EN LAS MANOS DE LOS ASESINOS DE LA VIDA.

QUIEN NO COMPRENDE DICHA LÓGICA FILOSÓFICA Y TEOLÓGICA, NO COMPRENDE LA CONTINUA EVOLUCIÓN DEL UNIVERSO MACROCÓSMICO Y DE SUS HABITANTES.

ES UN ASNO DE LA FE Y DE LA VIDA, PORQUE EL ESPÍRITU OMNICREANTE ES AMOR PURO, PASIÓN INFINITA DE CREATIVIDAD Y DE MISERICORDIA.

CUANDO SU INFINITA JUSTICIA SE MANIFIESTA EN LOS PLANOS FÍSICOS MATERIALES ES LA EXPRESIÓN DE LA IRA DIVINA CON FUROR Y HEROICA PASIÓN DE FORMA TAL QUE VUELVA EL COSMOS (ARMONÍA) DONDE HAY CAOS (DISTORSIÓN), DETERMINADO POR LAS BAJAS FRECUENCIAS EN LAS QUE ORBITA EL SER HUMANO CON ESCASO DISCERNIMIENTO Y ABUSO DEL LIBRE ALBEDRÍO, DONADO POR EL ALTÍSIMO, JUSTAMENTE, CON JUSTICIA, PARA QUE EL HOMBRE VIVIERA LIBRE Y NO ESCLAVIZADO.

POR LO TANTO LA IRA DE DIOS EN LA BIBLIA ES COMPRENSIBLE SOLO SI NUESTRA CONCIENCIA ESTÁ PERSONIFICADA POR LA GNOSIS Y POR LA HUMILDAD.

LEED Y MEDITAD SOBRE LO QUE MIS HONORABLES HERMANOS DE LA OBRA CRÍSTICA HAN ESCRITO.

GRACIAS JUAN ALBERTO, GRACIAS CLAUDIO ALFONSO.

EN FE.
Giorgio Bongiovanni
Pordenone (Italia)
16 de Enero de 2014


LA IRA DE DIOS

Así se denominan una serie de mensajes nacidos del Padre y comunicados a Giorgio Bongiovanni a través de Seres Solares.
El nombre no es una casualidad, aunque no me caben dudas que será polémico, al igual que su contenido.
Tengo para mí que -para entender la profundidad de los conceptos que se desprenden de los mensajes- es necesario comprender que el hombre traspuso todos los límites de la Ley Universal, desafiando a Dios como no lo hizo ni siquiera el demonio (explotó a sus hermanos, violó sus niños, alteró su propia genética, desangró a la Madre Tierra y está a punto de producir la destrucción del planeta…).
Con sus actos el hombre alteró el equilibrio planetario y está poniendo en peligro la armonía del sistema. Es un imperativo para el Padre restablecer ese equilibrio y esa armonía, eliminando a todo aquello que impide el avance evolutivo del planeta y de aquellos que obedecieron Su Ley.
Parece antitético que los cataclismos que se sucederán, la deriva de los continentes, el fuego que brotará del seno de la tierra y el que vendrá del propio Padre Sol, las tribulaciones, la muerte física de millones de personas, sean un acto dispuesto por la Suprema Autoridad del Dios permisivo que nos vendieron los difusores de las mentirosas enseñanzas religiosas.
Tenemos que entender que “la ira de Dios” es en realidad la manifestación de “Su Justicia” y que ésta también es un poderoso “acto de amor” del Padre que liberará a los oprimidos de la tierra, pero también a los perversos porque le pondrá fin al dominio de su “conciencia oscura”.
“Quien tenga oídos para oír que oiga y quien tenga ojos para ver que vea” porque la Justicia del Padre nos salvará a todos y nos ubicará en el tiempo y espacio que corresponda a nuestro estado evolutivo: Desde los perversos que se transformarán en seres unicelulares flotando en las miasmas de la primera dimensión, hasta los justos que recibirán el reino prometido;pero lo importante es que “todos” -absolutamente todos- transitaremos (o volveremos a transitar) el camino que nos llevará al corazón del Padre, porque Él nunca nos abandona.
Estoy convencido que para comprender esto tenemos que vaciarnos de falsas emociones, sentir la alegría de que por fin la Justicia se manifestará sobre la tierra con su fuerza liberadora y comprender que esas falsas emociones no son más que el apego a la materialidad, al velo de la existencia física y al olvido de nuestra verdadera existencia espiritual.

Juan Alberto Rambaldo
12 de Diciembre 2013

MI DESEO DE CONTRIBUIR AL ENTENDIMIENTO DE LA IRA DE DIOS

Después de terminar de escuchar a Giorgio el Sábado en un mensaje dirigido a todas las Arcas de Sudamérica, México, España e Italia, me quedé con la sensación de que algo grande cambió en mi interior. Al darme cuenta que cualquier “esfuerzo” del cielo por despertar las almas, como por ejemplo “El Aviso” que anunció la Santísima Madre en Garabandal-España, sólo podría tener un efecto limitado, pues nada podría detener o evitar el inexorable destino de la humanidad, que por cierto ha sido fabricado por nosotros mismos; se ha despertado aún más en mi el Santo temor de Dios, que es natural por mis limitaciones, pero también un gozo inexplicable, que es la certeza de que la justicia Divina es perfecta y vendrá más temprano que tarde, y, aunque no estemos preparados para ella, serán liberados los cautivos, los niños nacidos y no nacidos, todos los que sufren, los débiles, los perseguidos, los postergados y los justos que son los que heredarán la tierra en la nueva Era (Mateo 5:5). Acaso antes creíamos inconscientemente en un Dios que nos daría su justicia, pero, que al ver la conversión y toma de conciencia del hombre de su error por miedo, el arrepentimiento por miedo, el cielo podría suavizar su mano. Pero, aunque se pueda sentir temor, es de todas maneras una gigantesca liberación de la esclavitud que tenemos, además, el Anticristo en este nuevo escenario, tendrá creo yo menos oportunidades para engañar para seguir robando almas; pues con tanta justicia Divina de por medio, la gente irá despertando por temor, irá sintiendo en forma permanente la mano de Dios, y, en su interior sabrá que el comportamiento extremo de la naturaleza es obra del Creador.
El primer elemento que debemos tener en cuenta para tratar de entender el significado de la “Ira de Dios” es "el sentido de reverencia hacia una majestad y de una dependencia en una fuente de existencia primaria". En segundo lugar, "el sentido de una obligación moral impuesta por un ser que trasciende a uno y de una indignidad moral frente a un juez". Y en tercer lugar, "las ansias del perdón". Estos tres elementos corresponden a nuestro conocimiento de Dios como el creador, el juez y el redentor. Pero lo más importante de los tres es el orden en que aparecen. Están en este orden porque no es posible conocer adecuadamente a Dios como juez hasta que sepamos algo con respecto a nuestra obligación hacia Él como el creador. Ni tampoco podemos conocerlo como redentor hasta tanto no hayamos tomado conciencia sobre cuán terriblemente hemos pecado contra él y cómo estamos, por lo tanto, bajo la sombra de su ira.
Esto significa, por supuesto, que debemos estudiar la ira de Dios antes de poder apreciar las doctrinas de la redención. Pero es aquí donde se nos plantea un problema pues incluso muchos cristianos, consideran que la ira de Dios es algo vergonzoso, algo que básicamente no es digno de Dios. Por ende, se trata de algo de lo que no se habla con demasiada frecuencia, al menos públicamente.
Escuchamos muchos sermones sobre el Amor de Dios y su infinita misericordia, especialmente en la Iglesia Católica. Existen miles de libros publicados que nos hablan sobre el poder de Dios para libramos de la tentación, la depresión, la tristeza, y muchas otras cosas. Los evangelistas suelen poner el énfasis sobre la gracia de Dios y su plan para nuestras vidas. Poco escuchamos hablar sobre la ira de Dios o el juicio de Dios. ¿Qué es lo que está ocurriendo? Los autores bíblicos no mostraban tal reticencia.
Hablaban de la ira de Dios, obviamente considerándola como una de las "perfecciones" de Dios. Esto los conducía a presentar el evangelio de Dios como un "mandamiento" al arrepentimiento (Hch. 17:30). ¿Acaso los cristianos modernos no se han percatado de algo que los escritores bíblicos conocían y apreciaban? ¿Han desestimado una doctrina sin la cual las demás doctrinas inevitablemente se distorsionan? ¿O acaso el punto de vista moderno es más correcto?...o es el maligno que ha distorsionado la esencia de las enseñanzas?....
El problema principal radica en la relación que existía entre toda la raza y Dios, una relación que por causa del pecado se ha quebrado. El pecado ha producido un estado en el cual nos encontramos condenados como pecadores pero en el cual, por este mismo pecado, somos incapaces de admitir nuestra culpabilidad; por lo tanto, consideramos que la ira de Dios hacia nosotros es injusta y no es digna de Él.
¿Por qué los cristianos tienen esta tendencia a aceptar este juicio contemporáneo pero no bíblico? La idea de la Ira de Dios nunca ha sido popular pero, sin embargo, los profetas, los apóstoles, los teólogos y los maestros de antaño no cesaban de hablar de ella. Es bíblica. En realidad, "una de las características más salientes de la Biblia es el vigor con el cual ambos Testamentos resaltan la realidad y el terror de la ira de Dios". La manera de sobreponemos a nuestra reticencia es buscar redescubrir la importancia de la ira de Dios por medio de un estudio detallado sobre toda la enseñanza de la Biblia sobre ella.
En el Antiguo Testamento hay más de veinte palabras utilizadas para expresar la ira con relación a Dios; y por lo menos seiscientos pasajes primordiales. Pero, además, no se tratan de pasajes aislados y no relacionados entre sí, como si fueran la obra de un escritor melancólico que luego otro redactor tan melancólico como éste editó en el texto del Antiguo
Testamento: el otorgamiento de la ley, la vida sobre la tierra, la desobediencia por parte del pueblo de Dios y la escatología. Las primeras menciones sobre la ira de Dios están en relación a la entrega de la ley en el monte de Sinaí. Las referencias más tempranas están dos capítulos después del relato sobre los Diez Mandamientos. "A ninguna viuda ni huérfano afligiréis. Porque si tú llegas a afligirles, y ellos clamaren a mí, ciertamente oiré yo su clamor; y mi furor se encenderá, y os mataré a espada, y vuestras mujeres serán viudas, y huérfanos vuestros hijos"
(Ex. 22:22-24). Diez capítulos más adelante, en un pasaje sobre el pecado del pueblo al haberse fabricado y adorado el becerro de oro, Dios y Moisés hablan sobre la ira. Dios dice: "Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma". Y Moisés le suplica: "Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra?
Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo" (Ex. 32:10-12).
La ira divina presenta una primera característica, exclusivamente bíblica, que inmediatamente la diferencia de la ira desplegada por las deidades paganas: su consistencia. La ira de Dios no es arbitraria, como si Dios por cualquier hecho menor o según su propio capricho simplemente se volviera contra aquellos que antes había amado y favorecido. Por el contrario, la ira es la duradera e inquebrantable resistencia de Dios frente al pecado y la maldad. En el primer pasaje, la ira es suscitada por el pecado hacia los otros, las viudas y los huérfanos. En el segundo pasaje, la ira es suscitada por los pecados contra Dios.
Es posible dar muchos otros ejemplos. En los últimos capítulos de Job, los amigos de Job provocan la ira de Dios, por sus consejos necios y arrogantes (Job 42:7). El pasaje de Deuteronomio 29:23-28 nos habla de la ira de Dios que se derrama sobre Sodoma y Gomorra y otras ciudades, por causa de su idolatría. En Deuteronomio 11:16-17 al pecado se lo describe como el servir "a otros dioses" y adorarlos. Esdras nos habla de la ira de Dios contra todos "los que le abandonan" (Esd. 8:22).
Hay algo más que resulta evidente en estos pasajes. Como el pecado que provoca la ira de Dios es esencialmente el volverle las espaldas o rechazarlo, la ira es algo que los seres humanos eligen por sí mismos.
Podríamos decir que la ira de Dios es aquella perfección de la naturaleza divina en la que quedamos inmersos por nuestra rebelión. Esto no significa, por supuesto, que la ira de Dios es pasiva, ya que en realidad obra activamente y lo hará en una medida perfecta en el juicio final. Lo que significa es que la ira es la faceta de la naturaleza divina que no necesitamos haber descubierto; habiéndola descubierto, la encontramos tan real como las demás facetas de la naturaleza de Dios.
La ira de Dios siempre tiene un elemento judicial. En consecuencia, como resulta evidente que la justicia nunca podrá lograrse plenamente en este mundo (ya sea por una razón o por otra), los escritores del AntiguoTestamento contemplaban el día en el futuro cuando se desplegará la perfecta ira de Dios contra el pecado, cuando las cuentas fueren saldadas.
El segundo salmo nos habla sobre la ira de Dios que se dirige contra las naciones paganas de su día. [El Señor] luego hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira.
Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte.
Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú;
Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones,
y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro;
como vasija de alfarero los desmenuzarás. (Sal. 2:5-9)
Amós dirige las advertencias de Dios contra aquellos que son nominalmente religiosos, que piensan erróneamente que el día de la ira de Jehová será un día para su reivindicación.
¡Ay de los que desean él día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová?
Será de tinieblas, y no de luz; como el que huye de delante del león,
y se encuentra con el oso; o como si entrare en casa y apoyare su mano en la pared,
y le muerde una culebra. ¿No será el día de Jehová tinieblas y no luz;
oscuridad, que no tiene resplandor? (Amós 5:18-20)
Al examinar los pasajes del Nuevo Testamento que, en número menor, tratan el tema de la ira de Dios en el Nuevo Testamento, vemos que era un tema tan real para Jesús y los escritores del Nuevo Testamento como para los autores del Antiguo Testamento.
En el Nuevo Testamento, las enseñanzas de Jesús apoyan el concepto de Dios como un Dios de ira que juzga el pecado. La historia del hombre rico y Lázaro, habla del juicio de Dios y las serias consecuencias para el pecador no arrepentido (Lucas 16:19-31). Jesús dijo en Juan 3:36 que, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” El que cree en el Hijo de Dios no sufrirá la ira de Dios por su pecado, porque el Hijo llevó en Él la ira de Dios cuando murió en la cruz en nuestro lugar (Romanos 5:6-11). Aquellos que no creen en el Hijo, quienes no lo reciben como Salvador, serán juzgados en el día de la ira (Romanos 2:5-6).
Por el contrario, en Romanos 12:19; Efesios 4:26 y Colosenses 3:8-10, se advierte sobre la ira humana. Sólo Dios puede vengarse porque Su venganza es perfecta y santa, mientras que la ira del hombre es pecaminosa, exponiéndose a la influencia demoníaca. Para el cristiano, el enojo y la ira son inconsistentes con nuestra nueva naturaleza, la cual es la naturaleza de Cristo Mismo (2 Corintios 5:17). Para comprender lo que es la libertad del dominio de la ira, el creyente necesita que el Espíritu Santo santifique y limpie su corazón de sentimientos de ira y enojo. Romanos 8 muestra la victoria sobre el pecado en la vida de aquel que está viviendo en el Espíritu (Romanos 8:5-8). Filipenses 4:4-7 nos dice que la mente controlada por el Espíritu está llena de paz.
La ira de Dios es algo temible y aterrador. Sólo aquellos que han estado cubiertos por la sangre de Cristo, derramada por nosotros en la cruz, pueden estar seguros de que la ira de Dios nunca caerá sobre ellos. “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.” (Romanos 5:9).
Los escritores del Nuevo Testamento hablan en muchas ocasiones sobre "la ira que ha de venir". En el Nuevo Testamento se reconoce que estamos viviendo el día de la gracia de Dios, un día que se caracteriza por el libre ofrecimiento del evangelio de salvación mediante la fe en Jesucristo. Sin embargo, esto no significa que Dios haya cesado de sentir ira hacia el pecado o que no haya de desplegar su ira en el día futuro de su juicio. Por el contrario, la comprensión que uno pueda tener sobre ese día es que su ira es cada vez más intensa. Jesús en varias oportunidades habló sobre el infierno. Advirtió sobre las consecuencias del pecado y del castigo justo y seguro de Dios sobre las personas infieles. El autor del libro a los Hebreos escribió: "El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa en caer en manos del Dios vivo!" (He. 10:28- 31).
Pero la revelación sobre la ira de Dios en el Nuevo Testamento también se aplica al presente, como también lo hacía en el Antiguo Testamento. En Romanos 1:18 se utiliza el tiempo presente: "Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad".
Pablo también se refiere al día de la ira en el futuro (Ro. 2:5; 1 Ts. 1:10: 2:16; 5:9). Sin embargo, Pablo ve la evidencia de esa ira futura en los resultados presentes del pecado. Podemos decir que Dios nos ha advertido del juicio que ha de venir: primero, por nuestra propia conciencia del bien y del mal, de la justicia y la injusticia; y segundo, por las evidencias de las muestras inevitables de la justicia de Dios que vemos hoy en día. Pablo describe este proceso como lo atestigua el paganismo. Existen evidencias paralelas en la actualidad.
Porque cuando los hombres y las mujeres abandonan a Dios, Dios los entrega "a la inmundicia... a pasiones vergonzosas... [y] a una mente reprobada" (Ro. 1:24,26,28). Podemos apreciar esto en la progresiva decadencia moral de la civilización occidental, las familias desintegradas, las psicosis y otras formas de desintegración psicológica. Lo podemos apreciar en nuestras propias vidas y en cosas supuestamente sin importancia, como la inquietud, el insomnio, y la sensación de infelicidad y falta de realización personal.
La ira de Dios no es innoble. Por el contrario, es demasiado noble, demasiado justa, demasiado perfecta —eso es lo que nos molesta . En los asuntos humanos, correctamente valoramos la justicia y la "ira" del sistema judicial, ya que nos protege. Si alguna vez nos apartáramos de la ley, siempre existe la posibilidad de que pudiéramos presentar una apelación, o escapar por medio de un tecnicismo, o declararnos culpables de una ofensa menor y ser perdonados. Pero no podemos actuar así con respecto a Dios. Cuando tratamos con Dios no estamos tratando con las imperfecciones de la justicia humana sino con las perfecciones de la justicia divina.
Estamos tratando con uno para quien no solamente nuestras acciones sino nuestros pensamientos y nuestras motivaciones le son visibles. ¿Quién puede escapar a tal justicia? ¿Quién puede pararse delante de este juez tan implacable? Nadie. Cuando tomamos conciencia de esta verdad es que resentimos la justicia de Dios e intentamos negar su realidad de cualquier forma posible. Pero, sin embargo, no debemos negarla. Si lo hacemos, nunca podremos apreciar nuestra necesidad espiritual, como es necesario que la apreciemos si hemos de volvernos a nuestro Señor Jesucristo como nuestro Salvador. Si no nos volvemos a él, nunca podremos verdaderamente conocer a Dios ni conocernos a nosotros mismos adecuadamente. Sólo cuando conocemos a Dios como el creador es que podemos discernirlo como juez. Y sólo cuando lo conozcamos como juez es que podremos descubrirlo como nuestro redentor.
Pero antes de abarcarnos en ese estudio, sin embargo, debemos volver a analizar en profundidad el intercambio que mantuvieron Dios y Moisés como para tratar de comprender cabalmente lo que es la Santa Ira de Dios sobre el pecado de Israel. En un sentido, este pasaje ocurre entre la declaración de la ira de Dios contra el pecado y la subsiguiente revelación del camino de Dios para la salvación. Moisés había estado cuarenta días en el monte recibiendo la ley. Cuando los días transcurrían y se convertían en semanas, la gente inquieta que estaba esperando abajo logró convencer al hermano de Moisés, Aarón, de que les hiciera un dios sustituto. Ahora bien, sabiendo lo que estaba ocurriendo en el valle, Dios interrumpió la revelación de la ley para contarle a Moisés lo que el pueblo estaba haciendo y regresarles a Moisés.
Era una situación irónica. Dios acababa de entregarle a Moisés los Diez Mandamientos. Estos comenzaban diciendo: "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos" (Ex. 20:2-6). Mientras Dios le estaba entregando estas palabras, el pueblo que había sido liberado de la esclavitud en Egipto estaba haciendo precisamente lo que él estaba prohibiendo. Y no sólo eso, también estaban cometiendo adulterio, mintiendo, codiciando, deshonrando a sus padres y sin duda quebrando el resto de los mandamientos. Llegado ese punto, cuando Dios le declara a Moisés su intención de juzgar al pueblo inmediata y completamente, Moisés intercede por ellos con las palabras que hemos citado con anterioridad.
Finalmente, Moisés descendió del monte para encontrarse con el pueblo. Aun desde una perspectiva humana y sin entrar a considerar ningún pensamiento relacionado con la gracia de Dios, el pecado debe ser juzgado. Fue así que Moisés comenzó a tratarlo de la mejor manera que pudo. Primero, reprochó Aarón en público. Luego llamó a los que todavía permanecían del lado de Jehová a que se apartaran de los demás y se pararan a su lado. La tribu de Leví respondió. A la orden de Moisés fueron enviados al campamento para que ejecutaran a los que habían conducido la rebelión. El capítulo nos dice que tres mil hombres murieron, aproximadamente 0,5% de los seiscientos mil que habían dejado Egipto durante el éxodo (Ex. 12:37; 32:28; con las mujeres y los niños, el número total del éxodo puede haber sido dos millones de personas). Al mismo tiempo, Moisés destruyó el becerro de oro. Lo molió hasta reducirlo a polvo, lo mezcló con agua, y se lo dio a beber al pueblo.
Desde el punto de vista humano, Moisés había tratado este pecado. Los líderes habían sido castigados. Aarón había sido reprochado. La alianza del pueblo, al menos por un tiempo, había sido restituida. Todo parecía estar en orden. Pero Moisés mantenía una relación especial con Dios como también tenía una relación especial con el pueblo. Dios en el monte todavía esperaba, y su ira no se había aplacado. ¿Qué era lo que debía hacer Moisés?
Para algunos teólogos, sentados en alguna biblioteca, la idea de la ira de Dios puede parecer nada más que simple especulación. Pero Moisés no era un teólogo de sillón. Él había estado hablando con Dios. Había oído su voz. La ley todavía no había sido entregada en su totalidad, pero Moisés ya había recibido lo suficiente para conocer algo sobre el horror del pecado y la naturaleza intransigente de la justicia de Dios. ¿Acaso Dios no había dicho: "No tendrás dioses ajenos delante de mí"? ¿Acaso no había prometido visitar la iniquidad de los padres sobre los hijos de la tercera y la cuarta generación? ¿Quién era Moisés para creer que el juicio limitado que había comenzado era suficiente para satisfacer la santidad de un Dios tal?
La noche transcurrió, y llegó la mañana cuando Moisés había de volver a ascender el monte. Había estado pensando. En algún momento durante la noche se le había ocurrido una manera en que era posible desviar la ira de Dios contra el pueblo. Recordó los sacrificios de los patriarcas hebreos y el recientemente instituido sacrificio de la Pascua. Sin duda que Dios había mostrado por esos sacrificios que estaba preparado a aceptar un sustituto inocente en lugar de la muerte justa del pecador. Su ira a veces descendía sobre el sustituto. Quizá Dios podría aceptar... Cuando llegó la mañana, Moisés ascendió el monte con una firme determinación. Al llegar a la cima, le comenzó a hablar a Dios. Debe haber estado lleno de angustia, ya que el texto hebreo es irregular y la segunda oración de Moisés queda sin terminar, indicado por un guión en el medio de Éxodo 32:32.
Es un grito ahogado, es el llanto que surge del corazón de un hombre que está pidiendo ser maldito si de esa manera es posible salvar al pueblo que ha llegado a amar. “Entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado —y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito" (Ex. 32:31-32).
Moisés se estaba ofreciendo a ocupar el lugar del pueblo como recipiente del juicio de Dios, de ser alejado de Dios en lugar de ellos. El día anterior, antes de que Moisés descendiera del monte, Dios había dicho algo que podría haber sido una gran tentación. Si Moisés estaba de acuerdo, Dios destruiría al pueblo por su pecado y comenzaría a crear una nueva nación judía a partir de Moisés (32:10). Pero ya entonces Moisés había rechazado la oferta. Pero luego de haber estado con su pueblo y de haber recordado el amor que sentía hacia ellos, su respuesta, nuevamente negativa, es todavía más rotunda. Dios le había dicho: "Los destruiré y haré de ti una gran nación". Y Moisés le responde: "No, destrúyeme a mí y sálvalos a ellos".
Moisés vivió durante los primeros años de la revelación de Dios a su pueblo, y posiblemente no comprendía mucho de lo que estaba ocurriendo. Sin duda que no sabía, como nosotros podemos saber, que lo que estaba rogando no podía ser. Moisés se ofreció a entregarse para salvar a su pueblo. Pero Moisés no podía ni siquiera salvarse a sí mismo, mucho menos a ellos; él también era un pecador. Una vez había cometido un asesinato, y había quebrantado el sexto mandamiento. No podría servir como sustituto de su pueblo. No podría morir por ellos.
Pero hay uno que sí podría. Es así que "cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos" (Gá. 4:4-5). La muerte de Jesús no alcanzaba únicamente a los que habían creído en los tiempos del Antiguo Testamento, para los que habían pecado en el desierto y sus descendientes. También alcanza a los que vivimos hoy en día, tanto a judíos como a gentiles. Sobre la base de la muerte de Cristo, en la que él recibió toda la carga judicial de la ira de Dios contra el pecado, las personas que ahora creen pueden experimentar su gracia abundante, en lugar de sufrir su ira (si bien la merecemos).
La gracia no elimina a la ira; la ira todavía se acumula contra los que no se arrepienten. Pero lo que la gracia sí elimina es la necesidad de que todos sufran la ira. Nadie quiere ser objeto de la ira; y mucho menos de la de Dios. Entiendo por qué algunas personas se sienten incómodas acerca de este tema. Por causa de la condición moral y espiritual de la raza humana, todos merecemos y somos por naturaleza objeto de la ira de Dios (Efe. 2:3). Vivimos en una era de sentimentalismo y permisividad, que hace difícil aceptar la realidad de la ira de Dios. Por lo tanto, algunos tienden a redefinirla, al enfatizar que Dios es amoroso por naturaleza, y sugieren que el amor de Dios y su ira son incompatibles. Pero la realidad es que la ira de Dios no puede ser borrada de las Escrituras. Deberíamos mantener esto en mente cuando discutimos este importante tema.
El enojo y la furia humanos no pueden ser utilizados como un modelo de referencia para la interpretación y el entendimiento de la ira de Dios. Nuestro enojo es irracional, y nos daña a nosotros y a los demás. Expresa nuestra pérdida de autocontrol o nuestra falta de dominio sobre nuestras emociones, y revela nuestro deseo de controlar a los demás a cualquier costo. Es una expresión del deterioro y del desequilibrio que el pecado ha causado en nuestro ser interior, y que hace que nos sea imposible coexistir con los demás en una relación armoniosa. Por otro lado, la ira de Dios no está contaminada por el pecado y, por lo tanto, está bajo el control del poder del amor. Su primera intención es sanar, procurando la restauración del orden dentro de su creación (Heb. 12:6; Apoc. 20:15-21:11).
La ira de Dios no parece ser un atributo permanente de su naturaleza; es decir, algo que por naturaleza caracteriza constantemente a Dios y a sus acciones. Dado que su ira no es irracional, siempre existe una razón para ella o algo que la provoque (Deut. 4:24). Es provocada por el pecado y es, fundamentalmente, su reacción ante la presencia irracional del pecado y del mal en la vida de sus criaturas, y en el mundo creado (Rom. 1:18). En consecuencia, su ira es momentánea, y llegará a su fin una vez que sus buenos propósitos sean alcanzados. Está en marcado contraste con su amor, que dura para siempre (Isa. 54:8).
Siendo que la ira de Dios es una manifestación de su voluntad de restaurar el mundo a su orden, armonía y justicia originales, es fundamentalmente un evento escatológico (Rom. 2:5; Apoc. 16). Puede ser adecuadamente llamada como "la extraña obra" de Dios (Isa. 28:21). En ese momento escatológico, la totalidad de la ira de Dios se revelará (Apoc. 15:1), y todos recibirán de acuerdo con sus obras. No es una autodestrucción personal o una fuerza impersonal que actúa sobre los pecadores y Satanás. Dios participa activamente, al ponerle personalmente un punto final al pecado, con el fin de restaurar la armonía cósmica que él estableció en el principio.
Aunque es, fundamentalmente, un evento escatológico, la ira de Dios ya está presente, en algún sentido, en este mundo (Rom. 1:18). A veces, consiste en entregar a los pecadores al poder del mal (vers. 28). Otras veces, Dios interviene directamente y castiga a los pecadores que no se arrepienten (Gén. 6:17) o quita su poder controlador sobre la naturaleza, lo que tiene como resultado la destrucción y la muerte (Gén. 19:24, 25). Estas expresiones históricas de la ira de Dios establecen límites a la incursión del pecado en la sociedad o entre su pueblo (Éxo. 32:11), y tienen una intención redentora.
La ira de Dios contra el pecado humano revela su lado afectivo. Indica que toma al pecador seriamente, que no nos ignora incluso cuando estamos en rebelión contra él. En otras palabras, toma nuestras acciones tan seriamente, que al reaccionar ante ellas con su ira nos está mostrando su deseo de interactuar con nosotros. Ignorar a las personas muestra irrespetuosidad y ausencia de amor; cuando Dios reacciona ante nuestro pecado, nos está diciendo claramente que somos importantes para él, que no nos abandona fácilmente, que la relación aún no se ha terminado. El amor de Dios y su ira no son incompatibles.
La ira de Dios no es el destino inexorable de los seres humanos, a menos que ellos lo elijan. Jesús "nos libra de la ira venidera" (1 Tes. 1:10), al tomar sobre sí mismo, como nuestro sustituto, la maldición de la Ley (Gál. 3:13). Nosotros, que hemos sido justificados por fe, ¡"seremos salvos de la ira"! (Rom. 5:9). Gracias a Cristo, ya no somos más hijos de la ira. ¡Alabemos al Señor!
El libro de Nahúm es uno que se descuida debido a que es algo confuso y tan breve que rara vez se lee y que se entiende con menos frecuencia todavía, pero cada una de las porciones de las Escrituras son indispensables, ya que cada una tiene su propia contribución que hacer. Por eso fue por lo que el apóstol Pablo pudo decir: "Toda escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza, para la reprensión, para la corrección, para la instrucción en justicia a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente capacitado para toda buena obra. (2ª Tim. 4:16, 17) Y esta breve profecía de Nahúm no es ninguna excepción.
Al leer esto puede que le produzca la impresión de estar leyendo un relato insípido de historia antigua, pero de hecho, esta profecía revela algo acerca de Dios con más claridad de lo que lo hace ningún otro libro de la Biblia, ya que es parte de la labor del profeta revelarnos el carácter de Dios. Los profetas nos muestran los atributos divinos y cada uno de ellos ve a Dios bajo una luz diferente. Por lo tanto, al leer los profetas, lo que hacemos es ver una faceta tras otra, que brillan como si fuese un diamante a la luz del sol, del poderoso carácter y los atributos de un Dios eterno.
El atributo de Dios que le fue dado revelar al profeta Nahúm fue la ira de Dios. No hay actualmente doctrina que resulte más repugnante para las personas que la ira de Dios y es la doctrina que a muchos les gustaría olvidar. Hay muchos que se imaginan a Dios como un caballero amable, que guiña alegremente el ojo y que no puede soportar pensar en castigar ni juzgar a nadie. Sin embargo, fue labor de Nahúm mostrar la ira de Dios ante el cual deben presentarse los hombres en silencio y temblor. No es posible leer esta profecía sin sentir algo de la solemnidad de esta imagen impresionante de Dios.
Dios está furioso y no se trata de una ira caprichosa, como la de un niño. No hay nada de caprichoso ni de egoísta en la ira de Dios. Es una ira controlada, pero terrible y temible de contemplar. Pueden ustedes hacerse una idea de lo terrible de la ira divina si se tiene en cuenta el hecho de que todas las palabras hebreas que significan ira aparecen en estos seis versículos. Las palabras son: celos, venganza, enojo, ira, indignación, fiereza y furor. Todas ellas describen la ira de Dios.
En el versículo 15 tenemos el grito gozoso que surgió desde Jerusalén cuando llegó la noticia de la muerte de Senaquerib: "¡He aquí sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz! ¡Celebra, oh Judá, tus fiestas; cumple tus votos, porque nunca más volverá a pasar sobre ti aquel inicuo, pues ha sido completamente destruido!"
¡Qué imagen es esta del hecho de que la ira de Dios puede dirigirse en contra de una persona! Esto es lo que les cuesta trabajo creer a las gentes, que alegan que Dios es un Dios de amor. ¿Cómo puede entonces castigar a nadie? Ese es el argumento. Cuando se menciona que la justicia de Dios exige que nos castigue, dicen que eso no es posible. El amor de Dios es superior a su justicia, dicen y por lo tanto, bajo ninguna circunstancia puede la justicia de Dios hacerle que castigue y son muchos los que viven creyendo en este engaño. Pero aquí tenemos a un hombre que fue escogido, como nos dice el profeta, para llevar el impacto de la ira de Dios y que fue responsable de los saqueos contra Judá.
Hay una tercera sección, que abarca todo el capítulo 2, que revela un aspecto más de la ira de Dios, ya no aguanta más. Aquí Dios está tratando el problema de Nínive, la capital de Asiria, y dice (versículo 1): "El destructor ha subido contra ti. Guarda el baluarte, observa el camino, cíñete la cintura, esfuérzate mucho."
Para tratar de entender la Ira de Dios, he reflexionado mucho, y se me viene a la mente…¿Qué es lo que pasa con todos nosotros, cuando vemos una tremenda, despreciable e inaceptable aberración o algún tipo de injusticia especialmente con algún débil, niño, anciano o animal?....Acaso no se nos despierta un sentimiento de Ira contra el victimario?..., y aunque nuestro sentimiento está contaminado a lo mejor por venganza y algún otro exento de amor por nuestra limitación humana; podemos inferir que como Dios es amor y perfección, se trata entonces del restablecimiento normal del equilibrio en todas las cosas, y por cierto también un tremendo acto de amor, al hacernos con su Ira, enmendar el rumbo perdido.
(Hebreos.9:28) así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.

Con todo mi amor
Claudio Rojas G.
11.12.13

Mensajes sobre la Ira de Dios:

- La Ira de Dios

- La Ira de Dios contra Sus enemigos (Parte II)

- La Ira de Dios (Parte III)

- La Ira de Dios (Parte IV)

- El verdadero significado de la Ira Santa de Dios (V y VI parte)

- La Ira de Dios VII parte

- La Ira de Dios VIII parte

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