domingo, 26 de enero de 2014

LA CONQUISTA Y LA PERDIDA DEL ÁRTICO.



El Ártico está inmerso en un círculo vicioso de deshielo. Éste se genera mediante el aumento de la temperatura por la emisión de gases de efecto invernadero, que a su vez provoca otros fenómenos: la desaparición del hielo que libera burbujas de metano milenarias (gas de efecto invernadero que contribuye al calentamiento global), y la disminución del efecto albedo, que explicaremos a continuación, acelerando y agravando el cambio climático (dos grandes bucles de retroalimentación positiva).




Normalmente, cuando se piensa en las consecuencias que puede tener el cambio climático para el Ártico, se suele intuir la problemática relacionada con sus ecosistemas o la fauna ártica. No advertimos los efectos más “sistémicos” que podrían alterar de forma determinante las condiciones que posibilitan la vida humana en nuestro planeta. Esta lógica se inserta muy bien en el discurso constructor de normalización que se destacará a posteriori.

Resulta conveniente, por tanto, citar alguno de los efectos más perniciosos y menos “evidentes”, tanto en lo ecológico como en lo político económico, que conllevan la pérdida del Ártico tal y como lo conocemos. Algunas de las consecuencias ecológicas, serían gustosamente aprovechadas como “sinergias” por ciertos agentes económicos como empresas petroleras o gobiernos limítrofes y no tan limítrofes.

Como se ha señalado, el cambio climático causante del deshielo del Ártico, se verá estimulado por la desaparición de esta superficie helada, pero no sólo por la liberación de las burbujas de metano. No hay que olvidar el efecto albedo, que consiste en que esta capa de hielo refleja más la luz del Sol que el agua marina, por lo que irradia los rayos del Sol nuevamente al espacio y ayuda a mantener el clima global más fresco. La reducción de la cubierta de hielo implica que el océano absorba más calor y el derretimiento del hielo se acelere, por lo que a su vez se estaría produciendo una retroalimentación positiva que agrava el cambio climático. El albedo es el porcentaje de radiación que cualquier superficie refleja.

La temperatura, además, crece en los polos a mayor velocidad que en cualquier otra parte del planeta [1] y la importancia geoestratégica del Ártico aumenta, también, de manera proporcional al deshielo causado por esta elevación de la temperatura.


Figura 1. Factores que influyen en el aumento del nivel del mar. Fuente : IPCC [3] (Elaboración propia) 


El Ártico actúa, por lo tanto, como regulador e influye en la temperatura global del planeta pero se suele pensar en el aumento del nivel del mar al que contribuye el deshielo del Ártico como otra de esas consecuencias lógicas y más o menos “asumible” en la normalización de la catástrofe en nuestro sentido común. El problema «radica en la falta de fiabilidad de nuestro sentido común, el cual, habituado como está a nuestro mundo vital cotidiano, encuentra difícil aceptar de veras que el flujo de la realidad cotidiana pueda sufrir perturbación alguna» [2]. No por ello hemos de menospreciar, obviamente, las graves consecuencias que puede acarrear el aumento global del nivel del mar (así como todas las demás), en el que la fusión del hielo de Groenlandia y el derretimiento de los glaciares árticos llegan a contribuir en un 40% de una media anual cercana a los 3mm.

La descongelación de los glaciares, así como el derretimiento del hielo marino, repercute, también, en la modificación de la circulación global de los océanos. Esto conlleva consecuencias relevantes para los procesos meteorológicos mundiales ya que el flujo oceánico regula el clima global. El hielo del Ártico influye en las corrientes oceánicas debido a que la corriente de agua más salada que viene del sur del Atlántico se vuelve más salada, fría y densa, con lo que se hunde al llegar al Ártico. Este flujo de agua, más fría, sería entonces trasportada a latitudes más al sur gracias a la circulación termohalina. Ésta es responsable de la circulación de agua salada de los océanos y funcionaría a modo de “cinta transportadora”, está determinada por la densidad y por las diferencias de temperatura y salinidad. Tiene una incidencia considerable en el flujo neto de calor que va desde las regiones tropicales hacia las polares, sin ella no se comprendería el funcionamiento del clima terrestre.

La fuerza de la corriente termohalina depende de la cantidad de hielo existente en el Ártico, por lo que la desaparición de éste puede modificar el normal funcionamiento de las corrientes marinas y, con ello, impactar en las condiciones atmosféricas. Además, cuando el hielo marino se derrite, aporta agua dulce al mar (el agua cuando se congela pierde salinidad), lo que contribuye a que el flujo de la corriente termohalina se vea también afectado por este fenómeno, debido a que el agua dulce es menos densa y flota. No se hunde como lo haría el agua salada.

La alteración del Ártico, por ende, contribuye a agravar el problema de los desastres meteorológicos, tal y como se recoge en el informe de Greenpeace “El Ártico y los efectos del cambio climático en España”:

"Modifica la circulación global de los océanos, con consecuencias potencialmente importantes para los procesos meteorológicos mundiales. […]Existen evidencias crecientes de que el rápido calentamiento de Ártico puede ser ya responsable de un cambio en los patrones del clima y los cambios en la frecuencia e intensidad de fenómenos meteorológicos extremos en latitudes más bajas." [4]

Al adentrarnos en el conflicto geoestratégico, en las motivaciones de carácter económico que lo fundamentan; hemos de acercarnos al vacío legal que existe en lo relativo a la delimitación del espacio marítimo que es susceptible de ser aprovechado para favorecer la rapiña. Las fronteras terrestres sí se encuentran bien reguladas, pero no ocurre lo mismo con las marítimas:

"Según la Convención de Naciones Unidas de Derecho del Mar, a los países limítrofes les pertenecen los recursos naturales del fondo marino y su subsuelo, hasta 200 millas de sus costas. Pueden, además, solicitar su ampliación hasta 350 millas de sus costas, siempre que prueben que extensión forma parte de su plataforma continental." [5]

Es con esta “solución”, que se sustenta en una suerte de verificación, por la que se desarrollan los desacuerdos entre países y se generarían conflictos en un futuro. Es preciso destacar que el aprovechamiento de las riquezas del Ártico requiere de grandes inversiones y avances tecnológicos, que junto con el proceso de deshielo aplazarían estos conflictos de intereses. Este impasse debe ser aprovechado para solucionar el problema del Ártico como en su día se solventó el de la Antártida con el Tratado Antártico. Este tratado que entró en vigor en 1961 declaró la zona como reserva científica y prohibió la actividad militar. Un añadido de gran relevancia a este tratado se dio en 1998. Entonces se estableció un protocolo sobre protección del medioambiente que, por ejemplo, prohibía cualquier actividad relacionada con los recursos minerales excepto aquellas con fines científicos.

El deshielo del Ártico permitirá acceder a depósitos de hidrocarburos que están desatando una renovada “fiebre del oro negro”, así como a nuevos yacimientos de minerales, stocks pesqueros y nuevas vías comerciales para el transporte marítimo y el turismo. En Alaska podemos encontrar un ejemplo paradigmático de esa necesidad de encontrar nuevos yacimientos que puedan satisfacer la demanda creada de crudo. El abastecimiento proporcionado por el oleoducto Trans-Alaska [6] ha sido una fuente fundamental para EEUU hasta que han comenzado a agotarse en las cuencas de la vertiente norte (proporcionaban un 20% de la extracción de petróleo del país). [7]

Al parecer, según el servicio geológico de EEUU (USGS), las reservas de petróleo del Ártico no superarían los 90.000 millones de barriles, cantidad que sólo podría satisfacer la demanda de crudo durante 3 años a nivel planetario [8]. En lo que sí es más rico el Ártico es en bolsas de gas.

La fauna del Ártico, obviamente, también se verá muy afectada por este proceso de cambio climático per se y por la actividad depredadora de recursos que vendrá posteriormente. La pesca industrial será una de las mayores amenazas, ya que habrá nuevos caladeros que explotar; resulta conveniente destacar que la banquisa (o hielo marino) ha funcionado como protectora natural de estas especies. El proceso de deshielo también pone en peligro hábitats cruciales para las algas y el krill, que son la base alimentaria de otras especies.

No debemos olvidar a los nativos del Polo Norte, quienes llevan cientos de años habitando esta región y que con el cambio climático son susceptibles, en muchos casos, de perder su hogar y su fuente de sustento. En Shishmaref, Alaska, como se señala en el informe de Greenpeace citado anteriormente, el deshielo está provocando que el mar invada el agua potable de la ciudad, lo que provoca en algunos casos el traslado de sus habitantes y pone en riesgo sus recursos costeros.

Cualquiera que sea nuestra elección de sistema económico y la tecnología de la que hagamos uso, no puede implicar la desestabilización de las condiciones que posibilitan la existencia de vida humana en el planeta. Lo que es seguro es que la lógica depredadora capitalista contribuye activamente a la destrucción de estas condiciones y no parece una opción posible dentro de esta premisa.

Tal y como señala Slavoj Zizek, es posible que las catástrofes ecológicas, lejos de llegar a socavar el capitalismo, sirvan como otro impulso [9]. Un impulso seguido por la normalización que sostiene el discurso que explota las nuevas “oportunidades” que ofrece la modificación que sufrirá el Ártico.

Nos “beneficiaremos” de las nuevas rutas marítimas, nuevos yacimientos petrolíferos, del surgimiento de hermosos prados verdes y nuevas especies de árboles y arbustos en Groenlandia [10], será algo que, incluso, afecte positivamente al negocio turístico. Esta justificación proveniente de nuestra confianza en un progreso lineal, de ahí su “normalización”, y es que el ámbito psicológico resulta fundamental para analizar esta problemática. En último término, este desastre, puede percibirse, por tanto, como el curso normal de las cosas pese a la creciente conciencia “verde”.


Figura 2. Evolución del volumen de hielo del Ártico desde que se tienen registros. Fuente: satélice Cryosat-2, Agencia Espacial Europea 


El desastre meteorológico ocasionado por el Katrina en Nueva Orleans o el terremoto submarino de 2004, generador de varios tsunamis devastadores en las costas de los países situados en el Océano Índico, son ejemplos de catástrofes naturales susceptibles de ser aprovechadas por el capital. Como se señala en la influyente obra de Naomi Klein, La doctrina del shock: "cuando el Katrina destruyó Nueva Orleans, la red de políticos republicanos think tanks y constructores comenzaron a hablar de un “nuevo principio” y atractivas oportunidades; estaba claro que se trataba del nuevo método de las multinacionales para lograr sus objetivos: aprovechar momentos de trauma colectivo para dar el pistoletazo de salida a reformas económicas y sociales de corte radical." [11]

Este intento de reducción al absurdo es el discurso que fomentaría y fomenta la normalización de la catástrofe desde los medios y desde nuestra propia narrativa histórica. A su vez, como se ha señalado con anterioridad, el componente psicológico relacionado con el sentido común, juega, también, en contra de la prevención de la catástrofe y por ende de la propia humanidad, y es que siguiendo la línea argumentativa de Zizek: sabemos que la catástrofe ecológica es posible, incluso probable, pero aun así creemos que no ocurrirá.

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