El silencio sobre Fukushima en los medios de comunicación dominantes ha sido ensordecedor a pesar de que la radiación que llega por vía marítima procedente de la fusión de esa planta de energía nuclear está erosionando ya las playas estadounidenses. Cada día se vierte más agua radioactiva en el Pacífico.
Sobre la Unidad 4, hay concentrados en el aire al menos tres elementos combustibles extremadamente volátiles. Tres años después del desastre del 11 de marzo de 2011, nadie sabe exactamente dónde pueden estar los núcleos fundidos de las Unidades 1, 2 y 3.
En medio de una peligrosa limpieza infiltrada por el crimen organizado, existe un riesgo real de que en cualquier momento se produzcan nuevas radiaciones masivas.
Lavar las aguas radiactivas subterráneas del complejo es un proceso muy complejo y problemático y Tepco, la propietaria de Fukushima Daiichi, acaba de conseguir que se apruebe la construcción de una muy controvertida pared de hielo alrededor del sitio donde se alza el reactor averiado. Nunca se ha construido un muro de ese tipo y a esa escala y, además, no estará terminado hasta dentro de dos años. Hay un escepticismo generalizado acerca de su potencial impacto en la estabilidad del lugar y por las inmensas cantidades de energía que serán necesarias para su mantenimiento. Los críticos dudan también de que pueda evitar que el lugar se inunde y les preocupa que pueda incluso causar más daños en caso de que se produzca un fallo de energía.
Mientras tanto, los niños de los alrededores siguen muriéndose. La tasa de cánceres de tiroides entre los 250.000 jóvenes que viven en el área es 40 veces superior a la normal. Según el experto en salud Joe Mangano, más del 46% tienen nódulos y quistes precancerosos en el tiroides. Y advierte: “Eso es sólo el principio” de una trágica epidemia.
Sin embargo, hay alguna buena noticia, exactamente de la clase que la industria de la energía nuclear no quiere que se difundan.
Cuando el terremoto y el posterior tsunami golpeo Fukushima, en Japón había 54 reactores comerciales con licencia para operar, más del 12% del total mundial.
A día de hoy, no se ha vuelto a abrir ninguno. Los seis en Fukushima Daiichi no volverán a operar de nuevo. Algunos de los treinta reactores más viejos que se encuentran por todo Japón no pueden cumplir los actuales estándares de seguridad (una realidad que podría aplicarse a los sesenta o más reactores que continúan operando en EEUU).
Como parte de un desesperado intento para volver a abrir esos reactores, el Primer Ministro Shinzo Abe ha reestructurado las agencias reguladoras del país y retirado al menos a uno de los principales críticos de la industria nuclear, sustituyéndole con un partidario destacado de la misma.
Sin embargo, un tribunal japonés rechazó una demanda corporativa presentada para poner en marcha dos nuevos reactores en la planta de energía Ooi en la prefectura de Fukui. Los jueces decidieron que la incertidumbre acerca de cuándo, dónde y lo fuerte que pueda ser el inevitable próximo terremoto hacen imposible que se pueda garantizar la seguridad de ningún reactor en Japón.
Es decir, que en Japón no puede reabrirse ningún reactor sin poner en peligro a la nación, por lo tanto, el tribunal no puede aceptar su reapertura.
Esas derrotas legales son extremadamente raras en la industria nuclear japonesa y es probable que esta se anule. Pero ya ha logrado asestar un duro golpe a la agenda nuclear de Abe.
Tras los hechos de Fukushima, el pueblo japonés se vuelto mucho más antinuclear. Una indignación profundamente arraigada se ha extendido a causa de las chapuceras soluciones aplicadas y de los paquetes de pequeñas compensaciones entregadas a las víctimas que habitan en las zonas adonde los vientos llevan la contaminación. Pero lo más preocupante es la situación de los niños pequeños que se ven obligados a regresar a las zonas intensamente contaminadas de los alrededores de la planta.
En virtud de las leyes japonesas, los gobiernos locales deben aprobar cualquier puesta en marcha. Los candidatos antinucleares se han repartido los votos en las últimas elecciones, pero el movimiento puede llegar a unificarse y desbordar a la administración de Abe.
Un nuevo comic satirizando la limpieza de Fukishima se ha convertido en un best seller de alcance nacional. El país ha quedado también sobrecogido ante las revelaciones de que alrededor de 700 trabajadores huyeron del sitio de Fukishima Daiichi en el momento álgido del accidente. Sólo se quedó allí un puñado de personas para abordar la crisis, incluido el administrador de la planta, que murió de cáncer poco después.
Mientras tanto, la infame y profundamente represiva acta de secretos de estado está restringiendo seriamente el flujo de información técnica. Y se está procesando al menos a un opositor nuclear por enviar un tweet crítico a un defensor de la industria nuclear. Un profesor que fue encarcelado por criticar cómo el gobierno ha manejado la cuestión de los residuos nucleares acaba de llegar a EEUU y está dispuesto a hablar.
Los medios dominantes estadounidenses han guardado un silencio mortal o se han mostradodesdeñosos respecto a la radiación que está erosionando ya nuestras costas y respecto a la tarea, extremadamente peligrosa, de eliminar las barras de combustible intensamente radioactivas de las dañadas piscinas.
El diseño de los reactores de General Electric en Fukushima llevó a elevar en el aire las piscinas del combustible nuclear gastado, a una altura aproximada de 100 pies [alrededor de 30 metros]. Cuando el tsunami golpeó, miles de barras se quedaron suspendidas sobre las Unidades 1, 2, 3 y 4.
Según el ingeniero nuclear Arnie Gundersen, al venirse abajo los ensamblajes de la Unidad 3 pudo haberse creado un grave problema. Gundersen dice que al principio, en noviembre de 2013, la Tokyo Electric Power sacó alrededor de la mitad de las barras que habían quedado allí suspendidas. Pero hay al menos tres ensamblajes que pueden estar atascados. La mitad del amontonamiento más difícil sigue allí. Y las piscinas de las otras tres unidades siguen presentando problemas. Un accidente en cualquier de ellas podría provocar importantes emisiones de radiación, y ya se han superado ampliamente las que se produjeron en Chernobil y las causadas por los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.
Al menos 300 toneladas de agua fuertemente contaminada procedente de Fukushima van a parar cada día al Océano Pacífico. Muchos cientos más de toneladas se acumulan en el lugar y los apologistas de Tepco pretenden que se viertan directamente en el océano sin descontaminar.
A pesar de los miles de millones de dólares de ayuda pública, Tepco sigue siendo el principal propietario de Fukushima. La “limpieza” se ha convertido en motivo de importantes beneficios. Tepco alardeó de fuertes rendimientos en 2013. Sus socios en otras empresas están desesperados por volver a abrir otros reactores que les hagan ganar flujos inmensos de efectivo al año.
En los medios dominantes de EEUU no se encuentra apenas información sobre lo anterior.
Nuevos estudios de la Comisión Reguladora Nuclear han subrayado importantes amenazas seísmicas en las zonas nucleares estadounidenses. Entre lo más preocupante figuran dos reactores en Indian Point, justo al norte de la ciudad de Nueva York, que se asientan cerca de la muy volátil Falla Ramapo, y dos en Diablo Canyon, entre Los Ángeles y San Francisco, situadas directamente a barlovento del Valle Central de California.
La industria nuclear de EEUU ha sufrido también un enorme golpe a causa del Proyecto Piloto de Aislamiento de Desechos de Nuevo Mexico. Esa instalación modelo de residuos radioactivos trata de demostrar que la industria puede ocuparse de solucionar el problema de sus desechos. No se ha escatimado gasto alguno para poder ponerla en marcha en las cavernas de sal del desierto del suroeste, considerado oficialmente como el lugar perfecto para depositar las 70.000 toneladas de barras de combustible altamente contaminadas que ahora se acumulan en los lugares de EEUU donde hay reactores nucleares.
Pero una explosión y una importante liberación de radiación en ese proyecto piloto que se produjo el pasado mes, ha contaminado a quienes residen en las localidades cercanas, arrojando una densa sombra sobre cualquier plan futuro de utilización de los desechos del reactor estadounidense. La constante queja formulada por la industria nuclear es que las barreras “políticas” son absurdas.
Mientras la industria estadounidense de los reactores sigue chupando miles de millones de dólares del tesoro público, sus aliados en los medios dominantes parecen cada vez más reacios a cubrir las noticias del Japón post-Fukishima.
En realidad, aquellos reactores destruidos siguen siendo enormemente peligrosos. Un público indignado, cuyos hijos están sufriendo, ha logrado hasta ahora que el resto de las centrales nucleares de Japón se mantengan cerradas. Si las mantienen así permanentemente, supondrá un inmenso golpe para la industria nuclear global, pero pueden estar seguros que esa información no aparecerá publicada en los medios de comunicación dominantes de EEUU.
Harvey Franklin Wasserman (1945) es periodista, escritor, activista por la democracia y defensor de las energías renovables. Ha sido uno de los estrategas y organizadores del movimiento antinuclear en Estados Unidos.
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