domingo, 20 de julio de 2014

SUSPENDER LA VIDA PARA PODER SALVARLA.





Un gran número de animales es capaz de frenar su metabolismo para alcanzar estados …

Ciertas técnicas de supervivencia extrema, propias de la hibernación, podrían ayudarnos a superar lesiones potencialmente mortales. La ciencia intenta aprender cómo las especies que hibernan han heredado fragmentos de mecanismos de protección contra el frío, la inactividad, la inanición y la asfixia de ancestros comunes

Este reportaje fue publicado originalmente en inglés bajo licencia CC-BY en Mosaic, una iniciativa de la Wellcome Trust. Ha sido traducido por Diego Zaitegui y Christian Law.

Imagina que te han llevado a urgencias y estás al borde de la muerte. Tus lesiones son tan graves que los cirujanos no tendrán tiempo de salvarte. Sufres una hemorragia ilocalizable, producto de una ruptura de vasos sanguíneos. La pérdida de sangre priva de oxigeno y nutrientes vitales a tus órganos, que se mueren de hambre. Estás a punto de sufrir un paro cardíaco.

Pero todavía no es el fin; la decisión ha sido tomada: se conectan tubos, se encienden máquinas y las bombas comienzan su trabajo. Un gélido líquido se abre paso por tus venas, enfriándolo todo a su paso. Poco más tarde, tu corazón se detiene y tus pulmones dejan de funcionar. Tu cuerpo se queda ahí, haciendo equilibro en el filo entre la vida y la muerte; ni aquí ni allí; está congelado en el tiempo.
Los cirujanos siguen con su trabajo, grapan, cosen, reparan. Entonces la bomba resucita de una sacudida, y vuelve a introducir sangre caliente en tu cuerpo. Estás a punto de ser reanimado. Si todo va bien, sobrevivirás.

Llamamos animación suspendida a la capacidad de pausar los procesos biológicos humanos, y siempre ha sido algo propio de la ciencia-ficción. El interés en este campo surgió, precisamente, en los años 50, consecuencia directa de la carrera espacial. La NASA bañó en dinero toda investigación biológica dirigida a que los seres humanos adquiriesen esa capacidad de conservación artificial. Se esperaba que dicho estado protegiese a los astronautas de los peligrosos rayos cósmicos que surcan el espacio exterior. Ser capaces de pasar dormidos todo el camino hacia las estrellas implicaría también un menor consumo de comida, agua y oxígeno, que harían posibles viajes de recorridos inimaginables hasta entonces.


Reducir la temperatura corporal ralentiza la actividad metabólica; de un 5% a un 8% por cada grado perdido

Uno de los receptores de aquella financiación fue un joven James Lovelock. El científico congelaba hámsteres sumergiendo sus cuerpos en baños de hielo. Una vez que los latidos de volvían imperceptibles, los reanimaba colocándoles una cucharilla caliente sobre el pecho (en experimentos posteriores, Lovelock, ya imbuido en la estética aeroespacial, construyó una pistola de microondas con piezas desechadas de una radio, para despertar a sus sujetos de estudio con mayor suavidad). Aquellos pruebas de flexibilidad con la vida le harían recorrer el sendero hacia su trabajo más conocido: la “Teoría de Gaia”, que concibe al planeta como un único superorganismo viviente.

Sus atrevidos experimentos no consiguieron pasar de las pruebas con animales, y no llegaron a congelarse astronautas, ni nadie fue tampoco reanimado con una cuchara caliente. La idea de convertir a personas en barritas de carne inerte, para ser lanzadas al espacio exterior en viajes de larga duración, se mantuvo dentro el ámbito de la ciencia ficción. Una vez agotada la carrera espacial, la NASA perdió el interés, aunque las semillas plantadas por Lovelock y sus compañeros no dejaron de crecer.
Los campesinos durmientes de Pskov

En 1900, The British Medical Journal publicó un relato sobre unos campesinos rusos que, aseguraba su autor, eran capaces de hibernar. Forzados a un estado cercano a la “hambruna crónica”, los residentes de una región del noreste conocida como Pskov, optaban por retirarse al interior de sus casas tras la primera nevada. Una vez dentro, se agrupaban alrededor del hogar, y caían dormidos en un duermevela profundo al que llamaban “lotska”. Solo se despertaban una vez al día para ingerir algo de agua y pan duro; mientras se turnaban para mantener vivo el fuego, sin llegar verdaderamente a levantarse hasta llegada la primavera. Nada se ha sabido de los campesinos durmientes de Pskov desde entonces, pero el sueño de la hibernación humana persiste, y muy ocasionalmente, algo muy parecido se cruza con la realidad.

Pasan cien años, Anna Bågenholm disfruta de sus vacaciones en Noruega, esquiando. Cae por accidente de cabeza en un arroyo helado, y queda atrapada bajo el hielo. Cuando finalmente llegan los equipos de rescate, esta radióloga sueca lleva ya sumergida 80 minutos, y tanto su corazón como sus pulmones están inertes. Cuando los médicos del Hospital Universitario de Tromsø miden su temperatura, obtienen 13,7ºC, la menor temperatura jamás observada en una víctima de hipotermia. Todo indicaba que debería haber muerto ahogada y aún así, tras diez días de cuidados intensivos y un delicado recalentado, Bågenholm despertó. Su recuperación, tras su helado roce con la muerte, fue casi completa. En circunstancias normales unos pocos minutos bastan para ahogar a una persona, y aún así Bågenholm sobrevivió más de una hora. El frío, de alguna forma, la había preservado.


En circunstancias normales unos pocos minutos bastan para ahogar a una persona, y aún así Bågenholm sobrevivió más de una hora. El frío, de alguna forma, la había preservado

No es la primera vez que se observan los beneficios del frío en lesionas traumáticas. Ya en las guerras napoleónicas, los médicos de campo observaron cómo los soldados de infantería heridos, expuestos al frío, mostraban mayores probabilidades de supervivencia que los oficiales, guarecidos en tiendas de campaña, junto al fuego. Hoy en día, la hipotermia terapéutica es de uso común en multitud de aplicaciones hospitalarias, desde la cirugía hasta la asistencia en partos especialmente complicados.

Reducir la temperatura corporal ralentiza la actividad metabólica; de un 5% a un 8% por cada grado perdido. A la par, también se reduce el consumo de nutrientes esenciales como el oxígeno. Los tejidos, que normalmente estarían sufriendo por la privación de oxígeno y nutrientes derivada de una pérdida de sangre o un fallo cardíaco, también pueden así preservarse. En teoría, si la temperatura siguiera bajando, llegaría un punto en el que todos los procesos biológicos se detendrían. Podríamos existir en un estado de animación suspendida. Tal y como pasa con un reloj sin cuerda, no habría ningún defecto físico; todos los componentes estarían en perfecto estado, solo que pausados. No haría falta más que un poco de calor, para volver a poner en marcha nuestro mecanismo.

Por supuesto, nada es tan sencillo. La hipotermia es peligrosa. El cuerpo pide calor y lucha por mantener su temperatura. A lo largo de nuestras vidas se mantendrá cerca de unos constantes 37ºC, lo cual requiere de no pocos esfuerzos. El cuerpo está abocado a realizar un incalculable número de ajustes solo por mantener el equilibro entre el calor generado y la pérdida de temperatura por exposición ambiental, en un denodado esfuerzo por mantenerse dentro de una franja bastante reducida. Cuando cae demasiado, la sangre se aleja de la piel expuesta y se acumula en el torso central mientras nosotros tiritamos y buscamos refugio bajo las mantas. Los efectos más severos del frío son desastrosos. Tan solo con una temperatura corporal de 33ºC, unos meros 4ºC por debajo de la norma, nuestro corazón ya comienza a sufrir palpitaciones. Llegados a 25ºC, ya arriesgamos que se detenga por completo, y aunque consiguiéramos sobrevivir a la hipotermia, el regreso al calor podría provocarnos severos daños renales.

Existen, por supuesto, algunas especies animales capaces de soportar lapsos mucho más grandes de frío. La ardilla terrestre ártica posee una temperatura corporal similar a la nuestra, pero durante su hibernación, es capaz de subsistir con una temperatura interna de 3ºC bajo cero, gestionando cuidadosamente sus fluidos corporales extrafríos para evitar su congelación. También los hámsteres de Lovelock consiguen alcanzar profundidades hipotérmicas más allá de nuestro alcance. Cómo estos animales consiguen superar estos estados es de sumo interés para cualquiera que persiga desentrañar los secretos de la animación suspendida en seres humanos.

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