San Giovanni
Rotondo, Italia
En un convento de la Hermandad de los Capuchinos, en la ladera del monte Gargano, vivió por muchísimos años el que probablemente fuera el Sacerdote Místico más destacado del siglo XX, a punto actualmente de ser declarado Santo por el Vaticano. El Padre Pío, nacido en Pietrelcina en 1887, fue un hombre rico en manifestaciones de su santidad. Enorme cantidad de milagros rodearon su vida, testimoniados por miles de personas que durante décadas concurrieron allí a confesarse. Sus Misas, a decir de los concurrentes, recordaban en forma vívida el Sacrificio y Muerte del Señor a través de la entrega con que el Padre Pío celebraba cada Eucaristía.
Es notable su carisma de bilocación: la
capacidad de estar presente en dos lugares al mismo tiempo, a miles de
kilómetros de distancia muchas veces. El Padre Pío raramente abandonó San
Giovanni Rotondo; sin embargo se lo ha visto y testimoniado curando almas y
cuerpos en diversos lugares del mundo en distintas épocas. También tenía el don
de ver las almas: confesarse con el Padre Pío era desnudarse ante Dios, ya que
él decía los pecados y relataba las conciencias a sus sorprendidos feligreses
(a veces con gran dureza y enojo, ya que tenía un fuerte carácter,
especialmente cuando se ofendía seriamente a Dios). Tenía también el don de la
sanación (a través de sus manos Jesús curó a muchísima gente, tanto física como
espiritualmente) y el don de la profecía (anticipó hechos que luego se
cumplieron al pie de la letra).
Vivió rodeado de la Presencia de Jesús y
María, pero también de Santos y Angeles, y de almas que buscaban su oración,
para subir desde el Purgatorio al Cielo. Pero su gracia más grande radicó, sin
duda alguna, en sus estigmas: en 1918 recibe las cinco Llagas de Cristo en sus
manos, en sus pies y en su costado izquierdo. Estas llagas sangraron toda su
vida, aproximadamente una taza de té por día, hasta su muerte ocurrida en 1968.
Múltiples estudios médicos y científicos se realizaron sobre sus Estigmas, no
encontrándose nunca explicación alguna a su presencia u origen.
Su sangre y cuerpo emanaban un aroma
celestial, a flores diversas, que acariciaba no solo a los asistentes a sus
Misas, sino también a quienes se encontraban con él en otras ciudades del
mundo, a través de sus dones de bilocación. Vivió sufriendo ataques del
demonio, tanto físicos como espirituales, que se multiplicaron a medida que las
conversiones y la fe crecían a su alrededor.
En diciembre de 2001 el Vaticano emite
el decreto que aprueba los milagros necesarios para canonizar a nuestro héroe,
San Pío de Pietrelcina, y finalmente el 16 de junio de 2002 Juan Pablo II
declara Santo al Padre Pío. Una multitud siguió la ceremonia que fue
transmitida en directo al mundo entero. Los millones de personas que amamos al
Padre Pío nos emocionamos hasta las lágrimas al ver realizado nuestro anhelo.
El propio Juan Pablo II tuvo la oportunidad de confesarse décadas atrás con
Pío, y fue entonces cuando el Santo del Gargano le profetizó su futuro papado.
Mientras era un joven, la madre de Pío lo encontró agitando las manos como si las tuviera quemadas. Ella le preguntó, bromeando, si estaba tocando la guitarra, y el joven repuso sonriendo que las palmas de las manos le dolían mucho. Era un viernes, y ese día se conmemoraban en la parroquia los estigmas de San Francisco de Asís. Era un anticipo de lo que ocurriría luego.
Sobre el Monte Alvernia, en el siglo
XIII, Cristo dijo a San Francisco de Asís:
"¿Sabes lo que acabo de hacerte?. Te he dado los estigmas, que son los
signos de mi Pasión, para que seas mi abanderado". El 17 de septiembre
de 1918, como todos los años, los Padres Capuchinos celebraron piadosamente la
fiesta de los estigmas de San Francisco. El viernes 20 de septiembre, dos días
después, poco antes del mediodía, un grito penetrante hizo estremecer a todos
los monjes en el convento. ¿Que había ocurrido?
Encontraron al Padre Pío tirado sobre el
piso de baldosas, y al levantarlo con cuidado para llevarlo a su celda,
percibieron que estaba herido: flechas invisibles habían traspasado sus manos,
sus pies y su costado, y esas heridas sangraban.
Según palabras del Padre Pío:
“Después de celebrar Misa, fuí sorprendido por un
descanso parecido a un dulce sueño. Mis sentidos internos y externos se
encontraban en una quietud indescriptible. Entonces vi frente a mi a un
misterioso personaje, cuyas manos, pies y costado manaban sangre. Su vista me
aterrorizó, pensé que me moría, y habría muerto si el Señor no hubiese
intervenido para sostener mi corazón que parecía salírseme del pecho. La visión
del personaje se retiró, y yo me dí cuenta que mis manos, pies y costado
estaban perforados y manaban sangre”.
Los fieles, que se encontraban en ese
momento en la iglesia, comprendieron lo que había ocurrido. La noticia se
propagó bien pronto, los caminos se llenaron de peregrinos y todo el mundo
repetía que el Padre Pío era un santo. La policía tuvo que intervenir para
poner orden en el tránsito de las multitudes que llegaban de todas las provincias. El Padre Provincial de los
Capuchinos del Monasterio de Santa Ana de Foggia, luego de haber hecho
fotografiar las manos, los pies y costado del Padre Pío, envió todos esos
documentos al Vaticano para su estudio. Pidió al Dr. Luis Romanelli que
practicara un examen médico detallado al nuevo estigmatizado, examen que
repitió cinco veces en dos años. He aquí los puntos más importantes de su estudio:
"Las lesiones del Padre Pío están recubiertas por
una fina membrana de color rojizo. No hay en ellas ni grietas ni hinchazón,
como tampoco reacciones inflamatorias en los tejidos. La herida del costado es
un tajo limpio, paralelo en sus bordes, de siete u ocho centímetros de
longitud, cuya profundidad no se puede medir y que sangra en abundancia. La
sangre tiene las características de la sangre arterial, y los bordes de la
llaga prueban que ésta no es superficial. He examinado al Padre Pío en el espacio
de quince meses, y aunque alguna vez he comprobado ciertas modificaciones en
las lesiones, jamás he podido clasificarlas en ningún orden clínico
conocido".
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