EVANGELIO DE MATEO

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TODOS VERÁN AL HIJO DEL HOMBRE VENIR SOBRE LAS NUBES DEL CIELO CON GRAN POTENCIA Y GLORIA (MATEO 24:30)

martes, 24 de junio de 2014

DRONES, EL VIDEOJUEGO MORTÍFERO DE LOS ESTADOS UNIDOS.




24-06-2014 

Reseña de “Drones. La muerte por control remoto” (Akal), de Roberto Montoya


Una niña de 9 años del noroeste de Pakistán, Nabila Rehman, fue herida en un ataque con aviones no tripulados estadounidenses en la localidad de Ghundi Kala. “Antes no temía a los drones, pero ahora, cuando los veo sobrevolar, me pregunto: ¿seré la próxima víctima?”, afirmó ante el Congreso de Estados Unidos. Su hermano, de 13 años, resultó herido, y su abuela, de 68, murió con el cuerpo destrozado por el impacto de un misil.

Se trata de uno de los descarnados testimonios que el periodista Roberto Montoya recoge en el libro “Drones. La muerte por control remoto”, que la colección “A Fondo” de Akal, dirigida por Pascual Serrano, acaba de publicar. Además de periodista especializado en información internacional, Montoya es autor de trabajos como “El Imperio global” y “La impunidad imperial”.

Las palabras de Nabila no sólo constituyen un vívido testimonio de la cruenta y despiadada realidad que sigue a un ataque con drones. Es, además, la constancia de un modo de operar que se repite. El ataque tuvo las características de siempre, primero se lanzó un misil, que fue el que en ese caso alcanzó de lleno a la abuela de los niños, e inmediatamente después, se lanzó un segundo misil, cuando el piloto del drone, cómodamente sentado en un acolchado sillón a miles de kilómetros de distancia, en Estados Unidos, vio que se acercaban varias personas a socorrer al “objetivo”, explica Roberto Montoya. Nueve niños resultaron heridos.

A pesar de la propaganda imperial y los intereses de la gran factoría bélica, Obama reconoció en un discurso que “a veces se producen víctimas civiles” en esta guerra de videojuego. Pero ese “a veces”, señala Roberto Montoya, realmente es “muchas veces”, o “casi siempre”, como se evidencia en Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia y cada vez más países. Según la New America Foundation (entidad especializada en cómputo de víctimas), sólo el 2% de las víctimas de drones eran cuadros de Al Qaeda u otras organizaciones terroristas. La mayoría de víctimas correspondía a la categoría de militantes de base, colaboradores, maestros o clérigos que apelaban a la yihad. El 15% restante, civiles, niños, hombres y mujeres de todas las edades.

Más allá de las estadísticas, el periodista internacional -excorresponsal en Londres, Roma y París- recoge una conversación entre Obama y el subdirector de la CIA, Steve Kappes, que ilustra la tragedia mejor que mil cifras. “Señor Presidente, identificamos nuestro objetivo cuando podemos ver que en un determinado lugar hay muchos varones en edad militar (16 años), hombres que es seguro están relacionados con la actividad terrorista, pero he de decirle que no siempre sabemos quiénes son”. La rocambolesca cita aparece en el libro de Daniel Klaidman “Kill or capture”.

El libro “Drones. La muerte por control remoto” desenmascara al Obama progresista, Premio Nobel de la Paz (a los pocos meses de llegar a la Presidencia) y admirador de Martin Luther King. Recuerda Montoya que durante los ocho años de Bush en el poder, hubo 48 ataques con aviones no tripulados, mientras que a los cinco años de mandato Obama ya sumaba más de 390 ataques en Pakistán, Irak, Afganistán, Yemen o Somalia, que provocaron entre 4.000 y 5.000 muertos (civiles buena parte de ellos). La conclusión es lapidaria: “Obama creyó encontrar en los drones la fórmula ideal para dar continuidad a la guerra contra el terror de Bush, y evitar el rechazo cada vez mayor que en Estados Unidos provocaba la muerte de miles de jóvenes soldados en Irak y Afganistán”.

Es más, el conflicto bélico es ya impensable sin drones para la potencia imperial. Y estos no constituyen sino una parte de la guerra robótica. En 2001 Estados Unidos destinó 667 millones de dólares del Presupuesto Federal a la fabricación de aviones no tripulados, cifra que en 2013 se había elevado a 26.600 millones de dólares. Oficialmente, Estados Unidos dispone en 2014 de 12.000 aviones regulados por control remoto. En definitiva, muertes digitales y asesinatos “selectivos”, cometidos por la CIA o las fuerzas armadas de Estados Unidos o Gran Bretaña, que se monitorizan desde una base militar a 10.000 kilómetros de distancia. Como reconoce un piloto de la Fuerza Aérea Estadounidense (USAF), “ver cómo los malos son eliminados de la pantalla e irte a comer al restaurante de la esquina resulta un poco surrealista”.

Robero Montoya insiste en el trasfondo imperialista que esconden los ataques con drones, pues “Washington ha hecho caso omiso repetidamente a los reclamos de los gobiernos de Pakistán, Afganistán e Irak para que cesen los asesinatos selectivos en estos países”. Pero ésta es una realidad de la que tampoco escapan los ciudadanos de nacionalidad estadounidense, como el clérigo musulmán Anwar al Awlaki, su hijo Abdulrahman al Awlaki, de 16 años, Samir Khan y Jude Mohammed, todos ellos víctimas de ejecuciones extrajudiciales con drones en el extranjero. Los medios de comunicación estadounidenses pusieron en cuestión la legalidad de los asesinatos, y tanto familiares como organizaciones defensoras de los derechos civiles denunciaron a Obama, el director de la CIA y al secretario de Defensa ante los Tribunales Federales, para que sacaran a al Awlaki y a Khan de las “kill list”. Pero sin éxito.

El libro penetra, además, en el pormenor y los entresijos, en los bastidores, de lo que finalmente será un misil lanzado por un avión no tripulado. Por ejemplo, las querellas entre la CIA y el Pentágono. Obama prefirió desde un inicio que la central de inteligencia cobrara protagonismo, ya que por su propia naturaleza, está sometida a menos controles por parte del Congreso y el Departamento de Justicia. De hecho, recuerda Roberto Montoya, “la legislación estadounidense ampara el secretismo de operaciones encubiertas como los ataques con drones”. Pero “Obama decidió devolver a la CIA a sus actividades de inteligencia y espionaje”, añade. Y que las operaciones con aviación virtual se dirigieran desde el Pentágono, lo que provocó encendidas discusiones en el Congreso.

Otro elemento de análisis que aborda Montoya es la cooperación institucional desarrollada para que tengan éxito los asesinatos “selectivos” con drones. Un caso notorio es el de la NSA (la Agencia de Seguridad Nacional, implicada en prácticas de espionaje masivo a escala mundial). Según ha revelado en el sitio web “The Intercept” Glenn Greenwald, máximo colaborador de Edward Snowden, la NSA ayudaba mediante el programa “Geo Cell” a la CIA y al JSOC (Comando Conjunto de Operaciones Especiales) a la interceptación de llamadas telefónicas y localización de teléfonos móviles. El procedimiento consiste en que la NSA localice la tarjeta SIM del celular de la persona buscada, lo que permite a la CIA y al JSOC programar los drones con las coordenadas adecuadas. Se corre el riesgo, sin embargo, de que el procedimiento dé lugar a dramáticos errores, dado que posiblemente no sea su titular sino un amigo o un familiar quien lo lleve encima en el momento del ataque.

Los drones ocupan un lugar preeminente en la nueva guerra “inteligente”. Así, asegura Roberto Montoya, “Estados Unidos, Israel, Reino Unido o Pakistán han incorporado ya los drones armados con misiles como un arma vital y de uso cotidiano para abatir a sus adversarios”. Otros cuarenta países implementan modelos de aviones no tripulados, aunque no sean armados en todos los casos. “En las ferias armamentísticas, los drones son las verdaderas estrellas”, apunta el periodista. En la Unión Europea, 20 estados (entre ellos España) desarrollan 400 modelos distintos de aviones no tripulados. Pero diciembre de 2013 marca otro punto en la intrahistoria de estos robots aéreos, ya que los 28 países miembros de la UE acuerdan cooperar en su producción con el fin de romper la dependencia de Estados Unidos e Israel.

Para entender la expansión de los drones es importante observar dos tendencias. En primer lugar, un escenario en el que se impone un nuevo tipo de guerra con armas “inteligentes”. De hecho, en pocos años el Pentágono contará con más drones de combate que cazabombarderos y el ejército estará formado cada vez por menos efectivos humanos (el Plan de reducción del Pentágono anunciado en febrero de 2014 establecía una reducción de los soldados de los 570.000 actuales a unos 450.000). Es decir, se trata de priorizar unidades de fuerzas especiales, con medios sofisticados hasta el extremo y enorme precisión en el ataque y la vigilancia. Frente a los tradicionales grupos de presión del complejo militar-industrial, se imponen los emporios dedicados a fabricar armamento con alto valor tecnológico. “Libélulas” de 45 centímetros, mini drones del tamaño de un insecto, fusiles inteligentes, robots todoterreno o camiones militares sin conductor forman parte de la nueva realidad.

La segunda gran tendencia observada por Roberto Montoya es la falta de cobertura legal con la que se están produciendo y utilizando los drones. Más aún, hace años que las grandes organizaciones defensoras de derechos humanos denuncian el uso que está haciendo de los drones Estados Unidos, pero también Reino Unido e Israel. El relator de la ONU sobre la cuestión, Christof Heyns, tachó a los drones de “robots asesinos”. Además, como formalmente Estados Unidos no se encuentra en guerra con Pakistán, Afganistán, Irak, Yemen o Somalia, la gran potencia imperial considera que no tiene por qué respetar las Convenciones de Ginebra, las Regulaciones de La Haya (1907) o cualquier otro marco regulatorio. Ni reparar en que los drones y la guerra robótica en general, como asegura en un informe Christof Heyns, “no pueden discernir muchas veces si la víctima es un niño, una mujer, un anciano, si tiene uniforme o si se está rindiendo”. Una guerra de videojuego, más económica, con escasas bajas y, sobre todo, impune.

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