Siempre vivimos sobre la cuerda floja tendida entre la fragilidad humana y el orden. El orden exige el sometimiento de los indóciles o perturbadores. En ninguna sociedad, el desorden puede campear a sus anchas. Se fundiría la sociedad misma. No obstante la cuerda de la fragilidad, cuando se tensa demasiado, se rompe, ¿Qué hacer?
Hay que salvaguardar el orden. Es necesaria la corrección fraterna, la amonestación, alguna vez la velada amenaza, con tal que todo esto se haga con paciencia y dulzura. Pero, ¿qué es más importante, el orden o el hermano? Y si por respetar al hermano, ¿se desmorona el orden? No hay sociedad sin orden, pero ¿no es la sociedad para el hermano?
Nunca, sin embargo, se perdió Francisco de Asís en esas lucubraciones. Siempre creyó en el amor, como la suprema fuerza del mundo.
Y Francisco se fue lejos, mucho más lejos del orden, la sociedad, la disciplina, la corrección, la observancia regular, mucho más lejos; se fue al problema de la redención. El hermano indócil, decía Francisco, se someterá, sin duda, ante la amenaza de un ultimátum. Pero, ¿se redimirá? Sin duda que no. Al contrario, permanecerá resentido, sombrío, pertinaz. La vida le había enseñado que la corrección asegura el orden, pero es insustituible el amor.
Habiendo buceado durante muchos años en las raíces humanas, había llegado a la conclusión de que en la base de toda rebeldía subyace un problema afectivo. Los difíciles son difíciles porque se sienten rechazados. Sabía, por otra parte, qué difícil es amar a los no amables, y que no se les ama precisamente porque no son amables, y cuanto menos se les ama, menos amables son, y si hay algo en el mundo que pueda sanar y elevar a un indócil es el amor. ¡Sólo el amor salva!, concluía siempre.
En sus últimos años, cuando la fraternidad era numerosa y se presupone que habían hermanos difíciles, Francisco lanzó la ofensiva del amor. A un ministro provincial que se le quejaba de la contumacia de algunos súbditos, le escribió esta carta de oro, verdadera carta magna de misericordia: "...Ama a los que te hacen esto. Ámalos, precisamente en esto....
Y en esto quiero conocer que amas al Señor y a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti, después de haber contemplado tus ojos, sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y si no la busca, pregúntale tú si la quiere. Y si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor. Y compadécete siempre de ellos.
San Francisco de Asís
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