U. mezcua / madrid
Día 10/09/2013 - 03.47h
El desvío de los ríos que lo alimentaban para regar ha reducido el cuarto mayor lago del mundo a un desierto de sal y ántrax
Wikimedia commons
El mar de Aral, en 2012
Donde antes había peces y barcos hoy solo hay arena, cascos oxidados y esporas tóxicas de ántrax. Dentro de muy poco del mar de Aral, antaño el cuarto lago más grande del mundo, solo quedará el recuerdo. Desde 1960 este mar interior, fronterizo entre las Kazajistán y Uzbekistán, se ha reducido hasta la mínima expresión, después de que Stalin y sus sucesores al frente de la Unión Soviética decidieran que cualquier cosa era sacrificable con tal de convertir los desérticos territorios de Asia Central en un vergel capaz de producir miles y miles de toneladas de algodón.
Para lograr su meta, las autoridades soviéticas diseñaron y ejecutaron una de las transformaciones más ambiciosos que se conocen, de una magnitud solo equiparable al daño medioambiental que provocó. En pocos años se construyeron 45 embalses, más de 80 presas y cerca de 32.000 kilómetros de canales —la mayoría de factura tan deficiente que pierden casi tanta o incluso más agua de la que transportan—. Semejante infraestructura desvía de los ríos Amu Darya y Sir Darya la friolera de 48.000 millones de metros cúbicos al año, dejándo que el lago quede alimentado únicamente por una octava parte del caudal original, cifra que la elevada evaporación reduce aún más.
El plan funcionó... pero a cambio de un precio altísimo. En la actualidad Kazajstán es uno de los mayores productores mundiales de algodón, pero la otrora próspera industria pesquera de la zona, que daba trabajo a cientos de kazajos y uzbecos, está tan seca y muerta como el propio lago, tal y como muestra el documental «Aral. El mar perdido» que la cineasta Isabel Coixet grabó en 2010.
Los muelles, las plantas de procesamiento, almacenes e incluso pueblos y ciudades enteras que vivían de la pesca languidecen abandonadas, pudriéndose al sol del desierto. La vida sólo sobrevive en en la zona norte,donde una presa construida en 2005 gracias a una donación de trescientos millones de dólares del Banco Mundial mantiene estancada una mínima parte de lo que hasta hace pocas décadas fue una extensión de agua del tamaño de Irlanda.
Sin embargo, la industria pesquera no fue la única víctima de la desecación del lago. El gran perjudicado fue el ecosistema de la zona, ya que han desaparecido 20 de las 24 especies de peces existentes y con ellas, otras tantas tantas de aves que dependían de ellos y de la flora del lugar, que también se ha visto severamente afectada. Un daño provocado con conocimiento de causa: según denunció el hidrólogo Aleksandr Asarin, empleado en el proyecto, al diario norteamericano «The New York Times», la cúpula soviética tenía previsto el secado del Mar de Aral en apenas cinco años.
Esporas de ántrax
También el clima de la región se ha visto afectado de forma irrecuperable. Las tormentas de polvo son habituales y lo peor es que no arrastran solo arena, sino también esporas tóxicas de ántrax procedentes laantigua base secreta de investigación biológica de Vozrozhdeniye, abandonada tras la caída del muro de Berlín en 1989.
Cuando fue construida por los soviéticos, en 1948, la base presentaba una ubicación inmejorable en plena isla Renacimiento, asilada en el centro del lago. Sin embargo, la desecación de las aguas convirtió la isla primero en una península y, poco a poco, en una parte indistinguible del desolado desierto que ahora ocupa la mayor parte de la cuenca del lago, que ha pasado aser conocido como Desierto de Aralkum.
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Barco abandonado cerca de la ciudad de Aral
Antes de abandonarla, no obstante, los oficiales del Ejército Rojo trataron de eliminar las esporas sumergiéndolas en lejía y enterrándolas profundamente en la arena. Sin embargo, una exporación realizada en 1997 por científicos norteamericanos encontró esporas todavía activas en seis de las once áreas donde habían sido enterradas.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 Estados Unidos se comprometió a financiar la limpieza del ántrax para evitar que fuera utilizado por grupos terroristas, aunque poco se podía hacer para eliminar las esporas que ya se habían filtrado a la superficie y que durante décadas el viento difuminó sin ningún control. Aún hoy, la tasa de mortalidad infantil es del 10%, la bronquitis crónica ha aumentado un 3000%, la artritis un 6000% y los alrededores del moribundo lago tienen el triste honor de ostentar la mayor tasa de cáncer de esófago del planeta, hasta catorce veces superior a la media del entorno.
La esperanza, en el norte
En la actualidad, los esfuerzos de la comunidad internacional se centran en recuperar la pequeña parte norte, delimitada por el muro construído con el dinero del Banco Mundial. Prácticamente ninguna esperanza queda para la zona sur, que según las estimaciones de los científicos se secará totalmente antes de 2020.
Para recuperar el resto, según explicó el profesor emérito de geografía de la Universidad Occidental de Michigan Philip Micklin a la revista National Geographic, serían necesarios fondos y un acuerdo político queparece muy difícil de lograr.
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