Dice el bolero que la distancia es el olvido, pero el concepto subjetivo de distancia ha cambiado mucho desde que se escribió la canción, y no digamos ya a lo largo de los siglos. La distancia del olvido no mediría más que el Mediterráneo de Algeciras a Estambul en la antigüedad clásica, adquirió proporciones oceánicas tras la gesta de Colón y se amplió hasta la Luna tras la de Neil Armstrong, que seguramente es todavía la persona que más lejos de casa se ha podido sentir en la no muy larga historia de la humanidad. Pero lo de la sonda Voyager 1 eleva el concepto a otro nivel, literalmente astronómico.
Este artefacto, hijo de ingenieros espaciales, lanzado en 1977 desde Cabo Cañaveral y bien modesto tanto por su aspecto como por su coste —unos meros 740 millones de euros, casi ridículos desde una óptica suiza—, se ha salido del Sistema Solar, así como suena. Más allá de Júpiter y Saturno, a quienes pudo saludar durante su viaje; mucho más allá incluso del solitario y frío Neptuno, el planeta más exterior de cuantos orbitan en torno a nuestra familiar estrella. Hasta el extremo de que la Vogager 1 se encuentra a una distancia de la Tierra que multiplica por seis la de Neptuno al Sol. Es ya la primera cosa hecha por el hombre que ha escapado del Sistema Solar. Una nueva acepción del concepto subjetivo de distancia.
Los científicos llevan un año discutiendo sobre lo que es y no es “salir del Sistema Solar” —una frontera sin carteles de aduana— y sobre si laVoyager 1 cumple o no los criterios que certifican su éxodo de la heliosfera, su abandono del influjo del Sol, su salida de la enorme burbuja de partículas cargadas y calientes en la que las criaturas solares estamos inmersas. Pero ya se han convencido de que los cumple, y que de hecho la nave salió del Sistema Solar hace algo más de un año, en agosto de 2012.
Una de las características del conocimiento científico es que su avance está sometido a una autocrítica feroz y permanente, y no tiene nada de extraño que los astrofísicos de la NASA hayan tardado un año en darse cuenta de que su criatura, definitivamente, se había ido para no volver. Fuera del Sistema Solar, tan lejos de casa, a la nueva distancia del olvido.
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