¿Qué hacer por la supervivencia de la especie humana?
Tuve el placer de presentar en el XI Seminario de Relaciones Internacionales, ISRI 2014, que se celebró en La Habana, del 23 al 25 de abril, una ponencia sobre los dos grandes desafíos de la humanidad en el siglo XXI: las armas nucleares y el cambio climático global, en la que ofrecí las siguientes consideraciones:
Hay que hacer una diferenciación entre las amenazas que invocan los Estados Unidos y sus aliados, y las amenazas que esta coalición o bloque de poder imperialista generan a la humanidad. En realidad, el término humanidad está poco presente en las teorizaciones de las relaciones internacionales en su sentido anglosajón, porque están centradas en los intereses de seguridad de las grandes potencias.
La humanidad no podrá responder a los colosales desafíos que amenazan su propia existencia, si no lo hace mediante una nueva concertación de esfuerzos entre todas las naciones, en particular, sobre la eliminación de las armas nucleares y el cambio climático global, pues las armas nucleares son las de mayor capacidad destructiva y efecto terrorista en toda la historia de la humanidad. De ser utilizadas acelerarían el cambio climático planetario, haciendo avanzar la amenaza de extinción de la especia humana.
En la ponencia recuerdo el proceso en los Estados Unidos para la obtención de la bomba atómica hasta la elaboración de la estrategia nuclear en la “guerra fría”. El cambio en la tecnología militar ocasionado por el surgimiento del armamento atómico, lo cual ha tenido inevitables repercusiones políticas y militares durante la bipolaridad del sistema internacional y, después de esta, en 1991, tras la desaparición de la URSS.
Desde entonces, las armas nucleares forman parte de la planificación estratégica y política de los Estados Unidos. Fue y ha sido el mecanismo ideal de imposición de los objetivos norteamericanos al sistema internacional y, en especial, una carta de triunfo para enfrentar a las posiciones de la antigua diplomacia soviética.
Sin embargo, muy temprano algunos científicos como físico Robert Oppenheimer, advirtieron del peligro de las armas nucleares. Así expresó: “Cuando la guerra concluya, no hay razón para continuar trabajando en la bomba nuclear (…) ella nos llevará a la comunidad primitiva.” La mayoría de los físicos reflejaron su repulsión al proyecto, después del uso de la bomba atómica en Japón, y su optimismo de que, con el establecimiento de la paz, la investigación y el desarrollo de las armas nucleares podría ser innecesaria.
Pero, en las concepciones militares norteamericanas, las armas nucleares tienen un lugar central en la estrategia de disuasión, a la que no han renunciado, porque como dijo Henrry Kissinger: “las armas nucleares son “nuestras mejores armas”, el resultado de nuestra tecnología más adelantada. Dejar de emplearlas equivale a renunciar a las ventajas de un potencial industrial superior”.
Estas concepciones están inspiradas en el “realismo político”, escuela de pensamiento dominante en los estudios académicos y en la política exterior de los Estados Unidos hasta la actualidad.
En la narrativa de la ponencia hay varias ideas esenciales bajo el subtitulo de “infierno y barbarie nuclear”, en el que he tratado de recrear los testimonios ofrecidos por los Hibakushas: así llaman a los sobrevivientes de la masacre atómica de Hiroshima y Nagasaki, durante su encuentro con Fidel Castro en La Habana en el 2012.
Lo más preocupante es el daño a la naturaleza: la tragedia como un escape grande de radiación que ha contaminado la tierra y las aguas, dañando toda la agricultura y la pesca.
El uso de las armas nucleares produce un cambio climático abrupto a través del invierno nuclear. Por eso explico en la ponencia que los efectos serían devastadores, puesto que los daños causados por la precipitación radioactiva sobre extensas zonas, el agotamiento del ozono por los óxidos nitrosos de las explosiones nucleares y los cambios climáticos producidos por el humo de grandes y prolongados incendios afectaría gravemente a la mayor parte del planeta.
Incluso en tiempo de paz, las actividades militares - especialmente aquellas que envuelven armas nucleares - afectan al medio ambiente, puesto que se continúa con la producción y ensayo de armamentos, la instrucción de combate y las maniobras, la construcción de bases e instalaciones militares y el mantenimiento de estados de alerta y de preparación para el combate, así como los accidentes. Por lo demás, el desarme nuclear también implica problemas ecológicos que deben evitarse.
Si las armas nucleares, por su alto poder destructivo, carecen de utilidad militar, porque su uso provocaría un invierno nuclear de imprevisibles consecuencias para la vida en el planeta, entonces es necesario destruirlas y así nuestra especie se protegería de los accidentes, los errores de cálculo o cualquier actividad demencial que provoque su uso.
Mientras existan las armas nucleares, implican siempre el peligro de que ocurra el conflicto que nadie puede desear: la guerra nuclear.
Se requiere de un cambio de paradigma en las concepciones de la política exterior de las grandes potencias que propicie el abandono de las doctrinas y estrategias político-militares de la “guerra fría”, tales como la disuasión nuclear y las concepciones de seguridad internacional sustentadas en los presupuestos de la Destrucción Mutua Asegurada (DMA).
A pesar de la compleja coyuntura de la política internacional actual y de las posiciones antagónicas entre las principales potencias mundiales, sí se podría lograr el objetivo del cese de la carrera de armamentos nucleares y el desarme nuclear, mediante las siguientes propuestas de acciones o medidas: a) Creación de una cultura política o educación mundial de paz y contra las armas nucleares; b) Cesación del desarrollo y el perfeccionamiento cualitativo de las armas nucleares; c) Cesación de la producción de todos los tipos de armas nucleares y de sus vectores y de la producción de material fisionable para armas; d) Aplicación de los avances de la ciencia y la tecnología en el desarme nuclear; o sea, en beneficio de la humanidad. Además, el desarme nuclear también implica preservar la ecología planetaria, lo que debe hacerse a través de los mejores resultados alcanzados por la ciencia y las nuevas tecnologías; e) Reducción de los gastos militares y utilización de los recursos destinados al mantenimiento de los arsenales nucleares, para el desarrollo, atendiendo a la conexión intrínseca entre desarme y desarrollo.
Lo más avanzado en política internacional en el plano propositivo sobre el desarme nuclear es la Declaración de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) aprobada por los Altos Funcionarios de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), reunidos el 20 de agosto en la ciudad de Buenos Aires, República Argentina. A eso se suma que América Latina y el Caribe es una zona libre de armas nucleares y de paz, aunque hay que decir que los Estados Unidos mantienen numerosas bases militares en la región y que Gran Bretaña, que usurpa las Islas Malvinas, realiza maniobras militares en el área con submarinos y medios navales que portan armas nucleares.
Todo está aún por hacerse para alcanzar el desarme nuclear, ahí radica la importancia de la perspectiva teórica sobre el desarme nuclear. Lo que si tengo claro es que los actores estatales y no estatales debieran actuar con urgencia a favor de la construcción de nuevas perspectivas políticas y económicas que contribuyan a la transformación de las relaciones internacionales, única vía conducente hacia el logro de un desarme general y completo, que incluya a las peores armas: las nucleares.
Quiero enfatizar que el 13 de abril el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publicó la tercera y última parte de un informe en el que se advierte sin rodeos que solo tenemos 15 años para evitar superar el umbral de un calentamiento global de dos grados. Más allá, las consecuencias serán dramáticas. Pero no ha habido un solo comentario de los principales líderes mundiales de un planeta en el que habitan 7.500 millones de personas.
Solo los más miopes no toman conciencia de qué se trata: desde el aumento del nivel del mar, hasta más frecuentes huracanes y tormentas y un impacto adverso en la producción de alimentos.
La principal conclusión es que para detener la carrera hacia un punto sin retorno en el cambio climático del planeta, las emisiones globales deben reducirse entre 40 y 70 por ciento antes de 2050.
Solo las grandes modificaciones institucionales y tecnológicos darán una oportunidad superior a 50 por ciento de que el calentamiento global no traspase el límite de seguridad, y agrega que las medidas deben comenzar a más tardar en 15 años, completándose en 35.
Algunos expertos consideran que las principales economías deben fijar un impuesto a la contaminación con dióxido de carbono, elevando el costo de los combustibles fósiles, para impulsar el mercado de fuentes de energías limpias, como la eólica, la solar o la nuclear.
Diez países son los causantes de 70 por ciento del total de la contaminación mundial de gases de efecto invernadero, mientras Estados Unidos y China son responsables de 55 por ciento de esa magnitud.
La clave de cualquier acuerdo global sobre el cambio climático está en manos de Estados Unidos. El Congreso de ese país ha bloqueado toda iniciativa sobre el control climático, proporcionando una salida fácil para China, India y el resto de los contaminadores: “¿por qué debemos asumir compromisos y sacrificios, si Estados Unidos no participa?”.
Para concluir solo quiero decir que el progreso es equivalente al desarme y la paz. Sin desarme y paz global, otro mundo no sería posible, porque las armas nucleares son un componente clave en el no cambio de la política internacional o del estatus quo del sistema internacional actual. El arma nuclear es un obstáculo para la transformación y la democratización de las relaciones internacionales.
En pocas palabras, en los tiempos difíciles que corren para la vida en la Tierra, la tarea impostergable, no exenta de audacia política en esta hora cargada de amenazas, es la necesidad de “pensar la paz” y el desarme nuclear, lo cual está directamente relacionado con el cambio climático global, cuyos nefastas consecuencias son nuevos elementos que se agregan a la conflictividad internacional y a la geopolítica del siglo XXI.