“No sobrevive la especie más fuerte, ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta”.
Charles Darwin.
“Nos reunimos con el peso de dos realidades sombrías: somos los primeros humanos que respiran 400 partes por millón de CO2 con cada inspiración (...) lo segundo es el devastador impacto del Tifón Haiyan”.
Christiana Figueres, Secretaria General de la Convención Marco de las Naciones Unidas. Palabras pronunciadas en la inauguración de la XIX Cumbre del Clima, reunida en Varsovia.
El jueves 9 de mayo de 2013 ha sido una fecha trágica para el presente y el futuro inmediato de la humanidad, porque ese día se rebasó la cifra de 400 partículas por millón (400 ppm) de dióxido de Carbono (CO2) en la atmósfera, lo que constituye, sin exageración alguna, un salto hacia lo desconocido, a un punto de no retorno, porque el fatídico jueves mencionado se ha consumado una alteración de los grandes equilibrios climáticos y ecosistémicos del planeta, de un alcance negativo verdaderamente imprevisible. Como lo ha dicho el climatólogo Ralph Keeling: “Se siente como si estuviéramos en el paso entre el pasado y el futuro. Estos hitos son como el cambio de milenio. Sabes que vas a llegar ahí, pero siempre lo ves lejano, en el futuro. Y ahora, aquí estamos, transitando a una nueva era”.
Este lamentable acontecimiento no recibió ninguna cobertura mediática, como si fuera una simple anécdota. Aunque no se le haya dado el despliegue que amerita, rebasar la cifra de 400 ppm constituye un acontecimiento de las mismas proporciones que el lanzamiento de la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, con lo que se abrió el camino a la proliferación nuclear y a la posibilidad de destruir el mundo no una sino varias veces. Los dos hechos marcan un punto crítico, en el verdadero sentido de la palabra, en la historia del género humano, lo que amerita hacer unas breves consideraciones respecto a lo registrado en el reciente mes de mayo.
La noticia y su significado
En la isla de Hawái existe desde 1958 una estación de monitoreo que registra en forma permanente el nivel de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. En el año mencionado el científico estadounidense Charles David Keeling comenzó a medir el dióxido de carbono en el monte Mauna Loa, en un lugar que se encuentra localizado a miles de kilómetros de las grandes ciudades. La medición que se ha llevado a cabo en forma meticulosa desde entonces se registra en lo que se conoce como la “curva Keeling”, en la que se indica que desde 1958 los niveles de CO2 han aumentado año tras año. Mientras que en 1958 el CO2 estaba en 316 ppm, se llegó a la fatídica cifra de 400 ppm este año, lo que se explica por un incremento sostenido desde la década de 1950 hasta el presente, cuando paso de un crecimiento anual de 0.7 ppm a 2.1 ppm en los últimos 10 años. (Ver gráfica).
Estas cifras adquieren más sentido si se recuerda que antes de la era industrial los niveles de CO2 rondaban la cifra de 280 ppm. Lo que resulta significativo estriba en que durante varios millones de años los niveles del CO2 jamás alcanzaron 300 ppm y en la actualidad están aumentando 75 veces más rápido que en el tiempo preindustrial. Además, el CO2 es el principal gas de efecto invernadero (GEI) y en la medida en que se incrementa su acumulación en la atmosfera calienta la tierra y modifica el complejo sistema climático del planeta.
Tan significativo es el dato de 400 ppm que la última vez que se alcanzó esta concentración de CO2 fue hace unos tres millones de años, cuando el clima de la tierra era más cálido y nuestros antepasados ni siquiera existían, si se recuerda que la especie Homo sapiens sapiens apareció hace sólo 200 mil años. En ese momento, en el Ártico no había hielo, Groenlandia estaba poblada por bosques y el nivel del mar se encontraba entre 20 y 30 metros por encima de su nivel actual.
En pocas palabras, el capitalismo en contra de lo que se cree -que es el mejor de los mundos posibles y se encuentra en una fase posmoderna- ha creado un ambiente prehistórico, en el cual la especie humana enfrenta riesgos enormes y catastróficos, porque como lo ha dicho James Hansen, el científico de la NASA que advirtió hace dos décadas sobre la necesidad de estabilizar las emisiones de CO2: "Si la humanidad desea preservar un planeta similar a aquel en el que las civilizaciones se desarrollaron y al que la vida en la Tierra está adaptada, debemos de reducir las emisiones hasta un máximo de 350 partes por millón".
Causas
Si bien es cierto que desde mediados del siglo XVIII, cuando se inició la Revolución Industrial, se ha presentado un incremento de CO2, asociado al uso del carbón al principio, en el último medio siglo ese aumento ha rebasado las cifras históricas conocidas, lo que coincide con la expansión mundial del capitalismo y del imperialismo, que viene acompañado de un estilo de producción y consumo que se basa en el petróleo, el automóvil y el despilfarro energético a vasta escala, para beneficio de una porción reducida de la población en cada país y a nivel planetario. Porque los GEI provienen de quemar combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), de talar y quemar bosques y madera, de la agricultura a gran escala y del consumo de carne, entre las razones principales.
Aunque están claramente establecidas las causas del trastorno climático y los responsables –en primer lugar los países imperialistas, encabezados por Estados Unidos, y las grandes compañías multinacionales-, nada indica que en la actualidad vaya a cesar el consumo desaforado de energías fósiles, ni que se reduzca la deforestación, o el consumo de carne. Por el contrario, y como aquel suicida que se encuentra al borde del precipicio y acelera la carrera para llegar más rápido al vacío, el capitalismo incentiva la producción y consumo de automóviles, aviones, barcos trasatlánticos, computadores, celulares y todo tipo de objetos innecesarios, que requieren que se extraigan más petróleo, minerales y materia de lo profundo de la tierra y de los mares. Por eso, incluso ahora en forma absolutamente irracional acude a técnicas terriblemente destructoras y contaminantes como la de la fractura hidráulica (fracking), para sacar hasta la última gota de petróleo donde quiera que se encuentre, sin medir en las consecuencias que eso pueda tener sobre las reservas de agua y los ecosistemas.
En suma, nada indica que el ritmo del crecimiento económico se detenga en el capitalismo, lo cual significa que los 400 ppm van a ser rebasados rápidamente en los próximos años, hasta alcanzar los 450 ppm o más, con la alteración climática que eso conlleva, que puede elevar las temperaturas hasta más allá de los 4 grados centígrados, lo que podría considerarse el verdadero Armagedón climático.
Consecuencias
Todo lo que se ha venido comentando se manifiesta en forma concreta y dramática en todos los fenómenos de trastorno climático que hemos venido viviendo en Colombia y en el resto del mundo en los últimos años. Entre esos fenómenos sobresalen grandes inundaciones, sequía y aridez, incremento en el número y potencia de huracanes, ciclones, tornados y tifones, pérdida de cosechas, escasez de agua, destrucción de ecosistemas, extinción de especies y reducción de la biodiversidad. Todo esto, desde luego, viene acompañado de la muerte de miles de personas, generalmente los más pobres entre los pobres.
Para solo mencionar un ejemplo, los científicos han establecido que los 360 ppm de CO2 es el límite de sobrevivencia de los arrecifes de coral, lo que indica que estos sistemas van a desaparecer en las próximas décadas, puesto que la temperatura de los océanos ha aumentado en 0.67 grados centígrados en el último siglo, lo cual blanquea los corales debido a la muerte de las algas fotosintéticas que les proporcionan energía.
Por ello, la cifra nefasta de los 400 ppm es inquietante para los habitantes de las islas y comunidades costeras de baja altitud que viven en carne propia lo que es el trastorno climático, ya que soportan el aumento del nivel del mar, los ciclones y la reducción del manglar.
De la misma forma, el trastorno climático ya tiene un efecto negativo en los suministros alimenticios, por el aumento de las sequías en algunos lugares y de las inundaciones en otros. Al respecto, algunos estudios recientes han comprobado que la sequía en Somalia en el 2011, en la que murieron unas 100 mil personas, ha sido resultado del calentamiento global.
Como para que no queden dudas de lo que significa el brutal trastorno climático y sus efectos devastadores solo basta recordar lo sucedido en Filipinas en noviembre, cuando un tifón de magnitud cinco –la máxima alcanzada-, que fue bautizado con el nombre de Haiyan, arrasó con todo lo que encontró a su paso, murieron diez mil personas, en su mayoría pobres, y dejo a otros miles en la miseria.
¿Qué nos espera?
El oceanógrafo Ralph Keeling declaró que "las 400 partículas por millón deberían servir para hacernos despertar" y "todos deberíamos apoyar en este punto la transición a las energías limpias para reducir las emisiones de gases invernadero, antes de que sea demasiado tarde para nuestros hijos y nuestros nietos". Ojalá fuera así, porque ahora el asunto es, literalmente hablando, de vida o muerte, algo así como el réquiem para una especie por culpa de un sistema, el capitalismo.
Esto indica que en estos momentos es más necesaria que nunca una lucha frontal contra el capitalismo, en el que se conjugue un programa social con otro de tipo ambiental. Los dos, ante la trágica noticia comentada en esta nota, no pueden disociarse, porque el anticapitalismo de nuestros días precisa, urge, detener el vuelco climático, y eso solo puede conseguirse con un proyecto ecosocialista que abandone el modelo energivoro del capitalismo, impulse energías renovables y proponga otro modo de producción y de vida. Porque ahora si es más claro que nunca que necesitamos otra organización social radicalmente distinta, porque la que conocemos no lleva inexorablemente al desastre.
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