Por Daniel Mediavilla.
Una de las momias dispuesta para entrar en el escáner
Eran 137, hombres y mujeres. Vivieron en un mundo sin tabaco y sin comida basura, en el que los ríos aún no estaban contaminados por las actividades industriales y sin el estrés que se suele asociar a las sociedades modernas. Sin embargo, muchos de ellos, sobre todo los que tuvieron la fortuna de vivir más tiempo, sufrieron arteriosclerosis. Esta enfermedad, que está detrás de los ataques al corazón o la angina de pecho, se ha considerado durante mucho tiempo un mal derivado de los hábitos de vida actuales, pero el análisis de las momias del mundo antiguo puede hacer que esa imagen cambie.
En un estudio publicado en The Lancet, un equipo internacional de investigadores ha analizado mediante tomografía computerizada 137 momias de personas que vivieron en el antiguo Egipto, en Perú, en las praderas de Norteamérica antes de la llegada de los europeos y en las islas Aleutianas, cerca de Alaska. En 47 de ellas (el 38%) se encontraron signos de arteriosclerosis y la enfermedad aparece en mayor o menor medida en todos aquellos pueblos ancestrales. Además, el análisis muestra que existe una correlación positiva entre la edad de la muerte y la arteriosclerosis. Así, la media de edad de las personas momificadas que fallecieron con arteriosclerosis es de 43 años, mientras que los que no la llegaron a sufrir expiraron con 32 años de media.
Los estudios médicos de las enfermedades de momias egipcias no son algo nuevo. Hace más de 150 años, en 1852, Johann Nepomuk Czermak ya publicó un análisis microscópico de tejidos de momias egipcias, pero ahora, las técnicas modernas de imagen han permitido profundizar en el conocimiento de la salud de aquella civilización. Sin embargo, se ha planteado la duda sobre el sesgo de ese tipo de estudios. Al fin y al cabo se trataba solo de un pueblo y se pensaba que, normalmente, las personas momificadas pertenecían a las clases altas, con más acceso a comidas ricas en grasa y, por lo tanto, más propensas a problemas cardiovasculares.
«La nutrición no es insignificante [en la aparición de la arteriosclerosis], pero ciertamente esa no es toda la historia»Randall Thompson
Investigador del Saint Luke's Mid America Heart Institute
El nuevo análisis extiende el ámbito de estudio por todo el mundo, a sociedades agrarias de América, como la de los humanos que vivían cerca de los desiertos costeros del actual Perú, hasta otros grupos que ni siquiera habían adoptado la agricultura y se alimentaban con la recolección de frutos silvestres y la caza, como los indios Pueblo que habitaban el Cañón del Colorado o los Unangan que poblaban las islas Aleutianas, cerca de Alaska. Pese a la diversidad de su genética, entorno, alimentación, forma de vida o estatus social, todos compartían una propensión a acumular las placas de calcio que endurecen las arterias y provocan la arteriosclerosis.
En su conclusión, los autores escriben que “la presencia de arteriosclerosis en seres humanos premodernos sugiere que esta enfermedad es un componente inherente al envejecimiento humano y no está asociado con ningún tipo de dieta o estilo de vida”. No obstante, Randall Thompson, investigador del Saint Luke’s Mid America Heart Institute y líder del estudio, puntualiza a Materiaque “ciertamente hay algunos estilos de vida que son más saludables que otros y no queremos ser malinterpretados por nadie que crea que defendemos los hábitos poco saludables”. “Sin embargo, la enfermedad cardiovascular parece producirse por una complicada interacción del entorno y la genética y es parte del envejecimiento humano”, añade. “La nutrición no es insignificante, pero ciertamente esa no es toda la historia”.
Un estilo de vida arcaico, pero no tan saludable
José Luis Palma, vicepresidente de la sociedad española del corazón, reconoce que “es evidente que en la sociedad actual los ancianos son más propensos a la arteriosclerosis”, pero no considera que estudios como este cambien la visión sobre los factores de riesgo de estas enfermedades. “Está claro que hay una serie de factores que potencian la cardiopatía coronaria, como el sobrepeso o el tabaquismo. Cuando nos llega a urgencias una persona joven con un infarto, el tabaquismo está casi siempre detrás”, afirma. “La arteriosclerosis, como el cáncer, siempre ha existido y existirá, pero los factores de riesgos son bien conocidos y actuando sobre ellos se ha logrado reducir las tasas de mortalidad y morbilidad. Y todavía se puede avanzar mucho más por ese camino”, apunta.
Aunque los pueblos estudiados no tuviesen muchos de los factores de riesgo modernos, su estilo de vida tampoco era siempre ideal. Todas aquellas personas utilizaban el fuego para calentarse y cocinar. Los peruanos, en cuyas momias es menos frecuente la marca de la arteriosclerosis, cocinaban al aire libre, pero tanto los indios Pueblo como los egipcios, aunque en menor medida, lo hacían en lugares cerrados. El caso de los Unangan es el más extremo. Para protegerse del hostil clima de las Aleutianas vivían en casas semisubterráneas en las que estaban expuestos al humo de las lámparas de aceite de ballena o foca que utilizaban para iluminarse y calentarse. En algunos casos el hollín era tan abundante que por las mañanas había que limpiárselo de la cara a los niños. Con esta forma de vida, aunque no estuviesen expuestos al humo del tabaco, contaban con un importante factor de riesgo para desarrollar arteriosclerosis. Y eso solo sucedía si antes, como pasaba con aproximadamente el 75% de los miembros de sociedades de cazadores recolectores, no se los había llevado por delante una infección.
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