Se avecinan problemas, evidentemente, pero hay mejores respuestas que hacerse con un arsenal de armas y de latas de alimentos. En vista de la falta de previsión y de voluntad política de la humanidad para abordar los múltiples problemas de sostenibilidad que nos esperan, hemos pedido a pensadores destacados que reflexionasen sobre qué podríamos hacer para sacar el mejor partido posible de esta situación.
La empresa de asesoramiento financiero PricewaterhouseCoopers, la mayor de las llamadas Big Four (Cuatro Grandes), publicó en noviembre 2012 un informe donde llegaba a la conclusión de que ya era demasiado tarde para mantener el aumento futuro de las temperaturas medias globales en solo 2 grados centígrados. «Ha llegado el momento de prepararse para un mundo más caliente», afirmaba el informe.
Ese mismo mes, el Banco Mundial publicaba Turn Down the Heat (Reducir el calor: Por qué se debe evitar un aumento de 4 °C de la temperatura mundial), que exponía sobriamente por qué debe evitarse que el mundo se caliente 4 grados. Al mismo tiempo, en la prensa proliferaban relatos de un sinfín de calamidades emergentes: el fracaso de las negociaciones de Río+20; arrecifes de coral zombis; llamamientos a un aumento de la natalidad; disminución de los hielos del océano Ártico; un «cambio de estado» cada vez más inminente de la biosfera de la Tierra; y otras evidencias de la presión a la que están sometidos los sistemas naturales y de la ceguera, ignorancia y negación humana.
¿Ha llegado el momento de comprarse un Ecopod?
Se avecinan problemas, evidentemente, pero hay mejores respuestas que hacerse con un arsenal de armas y de latas de alimentos. En vista de la falta de previsión y de voluntad política de la humanidad para abordar los múltiples problemas de sostenibilidad que nos esperan, hemos pedido a pensadores destacados que reflexionasen sobre qué podríamos hacer para sacar el mejor partido posible de esta situación.
Una de las ideas fundamentales de sus respuestas es la necesidad de «desarrollar resiliencia». Para ello se requiere, según Laurie Mazur, diversidad, redundancia, modularidad, capital social, capacidad de decisión y actuación, inclusividad, bucles de realimentación precisos y capacidad de innovación. Para empezar a fortalecer nuestra resiliencia, Erik Assadourian anima a la creación de un movimiento ambiental duradero capaz de involucrar a la gente y de fundamentar su ética y su conducta en la realidad
ecológica. Michael Maniates se hace eco de este tema básico en su llamamiento a que la educación ambiental deje de confundir y de preparar inadecuadamente a los estudiantes para los desafíos del futuro, induciéndoles a pensar que las crisis venideras galvanizarán a la gente para la acción en vez de generar ira, miedos y conflictos.
Paula Green subraya el valor de las raíces comunitarias y de un potente capital social, incluyendo redes intergrupales que tiendan puentes entre las distintas comunidades. Bron Taylor defiende con prudencia la necesidad de un movimiento ecológico de resistencia, y afirma que «La urgencia de la situación justifica considerar tácticas al margen de la legalidad, como se hizo en causas anteriores donde se percibía con razón gran urgencia moral».
Si las crisis amenazan ya con generar conflictos, la creciente marea de refugiados ambientales agravará este riesgo. Michael Renner describe que es probable que para 2050 decenas o incluso centenares de millones de personas se encuentren desplazadas, a pesar de lo cual los fondos invertidos en medidas de adaptación en los países en desarrollo son ya inadecuados, una carencia que es preciso corregir. De no hacerse, este tipo de migraciones se sumarán a otras presiones e impulsarán el despliegue de técnicas de geoingeniería —como espejos espaciales gigantescos y cemento capaz de capturar carbono—, en un intento de resolver las alteraciones climáticas con soluciones tecnológicas parche. Simon Nicholson hace una revisión de este tipo de estrategias, instando a que se continúe investigando pero señalando que sus incertidumbres técnicas y efectos imprevisibles es el menor de sus problemas, pues muchas de ellas entrañan también graves riesgos geopolíticos.
La gobernanza será un componente crucial de nuestras respuestas a la «larga emergencia» que se avecina, como la denomina David Orr (siguiendo a James Howard Kunstler). Brian Martin defiende que la gobernanza deberá ser flexible y no rígida, lo cual requiere participación, niveles altos de capacitación, vigorosos debates y respeto mutuo. Si esto suena a profundizar la democracia, Orr está de acuerdo y reclama una «segunda revolución democrática » en la que «dominemos el arte y la ciencia de la gobernanza para una nueva era».
Si nuestros mejores esfuerzos se vieran superados por las circunstancias, la descripción que hacen Pat Murphy y Faith Morgan de la historia reciente de Cuba puede servirnos de consuelo. Empujada hasta el límite por el colapso de la Unión Soviética, Cuba sufrió un período de duros ajustes pero ha rescatado una cultura con una huella ecológica pequeña y niveles extraordinariamente altos de bienestar no material.
¿Es demasiado tarde? El escritor de ciencia ficción, Kim Stanley Robinson, afirma en el ensayo final que el verdadero interrogante es ¿cuánto podremos salvar? «Podemos percibir nuestro peligro actual y ver también nuestro potencial de futuro… No se trata solo de un sueño, sino de una responsabilidad, de un proyecto. Y las cosas que podemos hacer ahora para comenzar este proyecto están todas a nuestro alrededor, esperando ser emprendidas y vividas».
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